
Respetado hasta la reverencia, odiado hasta el aborrecimiento, querido hasta la ternura; don Antonio Socorro Lantigua -el cura de Teror- sigue suscitando hoy en muchas personas los mismos sentimientos que provocaba cuando falleció hace cincuenta años.
Es difícil por ello analizar con certero enfoque su figura -una de las más destacadas en la historia de la Diócesis de Canarias y en la propia historia de Teror- sin caer en el fácil ardid de decir lo que el populismo o el convencionalismo te aseguran como menos comprometido.
Antonio Socorro Lantigua nació en Pico Viento de Tafira el 10 de octubre de 1891, hijo único de Salvador Socorro Santana y de Celestina Lantigua Sánchez; nieto por vía materna de Miguel Lantigua y María del Cristo Sánchez Herrera y por vía paterna de Esteban Santana y Ana Socorro. Algunos aseguraban a baja voz y con mala intención que por esta modificación en el orden de los apellidos, don Antonio era santanero con un deseo de dañar su imperturbable serenidad, pero éste era un detalle que no parecía ni preocuparle ni molestarle, según me comentaba mi abuelo Sinesio Yánez que por su condición de concejal lo conoció y que sí me decía que era arrimadizo a los ricos; algo que todo el mundo acepta; unos para afirmar que se sentía a gusto con los poderosos y otros para justificar que con ello sacaba dineros para caridad o para asegurar el futuro de la Villa de Teror. Tal como atestiguaba en uno de sus artículos el investigador y genealogista Miguel Rodríguez y Díaz de Quintana; su padre ayudaba con la carreta en la finca de los Manrique de Lara en sus propiedades de Salvago y Zurbarán, y prestando sus servicios como mensajero entre sus parentelas y amistades en las necesidades cotidianas de comunicación o transporte de pequeñas mercancías de la familia Manrique. Y con ellos, la servidumbre a la que también pertenecía su madre se trasladaba en el mes de julio al cortijo de San Ignacio en Jinámar y por septiembre a la Villa de Teror.
A los 21 años ingresó en el Seminario, pero la tardanza en hacerlo se vio rápidamente compensada por la rapidez en que todos los que le rodeaban pudieron comprobar la presteza, la inteligencia, la cultura, el saber estar que Antonio Socorro derrochaba en todos los que le rodeaban y en el desarrollo de sus estudios. El tres de abril de 1915 fue ordenado sacerdote de manos del obispo Marquina y Corrales y el 31 de mayo fue destinado a la isla de Fuerteventura en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Puerto Cabras.
Tan sólo tres meses más tarde, en las fiestas de San Ginés en Arrecife se informaba que el panegírico del santo se le encargaba a Socorro “notable orador sagrado a quien hay grandes deseos de oír dadas sus excelentes condiciones oratorias”
Aquel panegírico a San Ginés -una de las primeras muestras de su oratoria de las que hay constancia- fue definido como brillantísimo, pronunciado con elocuencia por el “ilustrado y altamente simpático” cura Antonio Socorro de Lantigua que cerca de una hora tuvo pendiente de sus labios a todo el templo y que invitado luego a la Sala Capitular del ayuntamiento de Arrecife recibió allí “las felicitaciones de las autoridades, funcionarios públicos y distinguidas personas que asistieron la solemnidad religiosa…una esperanza para el porvenir del ilustrado clero católico de Canarias”
Esta cualidad sería una constante cuando se hablaba de él: Antonio Socorro hablaba bien, llenaba de sanas emociones, comunicaba fervor y exaltaba la devoción y el alma desde el amor a los que tenían la suerte de escucharle.
Un sermón de don Antonio no dejaba a nadie somnoliento.
Se lo disputaban en todas partes y con tan sólo 25 años en Fuerteventura no paraba. En los festejos dedicados al Sagrado Corazón de Jesús en 1916 en Puerto Cabras, además del extraordinario panegírico, el sacerdote fue el maestro de ceremonias en la velada literario musical del salón de actos del ayuntamiento; sus intervenciones de exquisita y cuidada oratoria en las celebraciones de la patrona Nuestra Señora del Rosario le sirvieron para que tan sólo tres años más tarde ya estuviera en Las Palmas, capellán del Hospital de San Martín y profesor de latín del Seminario. En el mencionado trabajo periodístico de Miguel Rodríguez, éste afirma que sería Francisco Manrique de Lara y Massieu quien solicitara al obispo Marquina el traslado de destino de su protegido y además intercediera para su nombramiento como capellán del hospital el 3 de noviembre de 1918.
Durante toda la siguiente década de los años veinte, Antonio Socorro fue de un lado a otro de la isla, se ganó la cercanía y la confianza del obispado, las parroquias, la clase política y las familias de la clase alta grancanaria, junto a los feligreses que iban a las fiestas muchas veces sólo para escucharle. Aquel joven y “distinguido orador sagrado” llenaba iglesias con su palabra. Las fiestas del barrio capitalino de San Juan; San Pedro en Agüimes; el Sagrado Corazón de Jesús, el septenario a la Virgen de los Dolores o la función del Día de Reyes en el Hospital de San Martín; novenarios en honor de la Virgen del Perpetuo Socorro en la parroquia de San Bernardo; Telde en la primera misa de José Falcón Negrín; San Antonio en Santa Brígida; discurso de apertura de la Universidad Pontificia; San Pedro Mártir en Las Palmas; o el mismo Teror donde era tan bien acogido que pasaba en la Villa las vacaciones con todos sus parientes, asistiendo tanto a los eventos del Pino -donde las familias de la Camarera y la del Patrono lo conocían- como San José o a las del Agua.
En 1927 Teror celebró éstas en un año especial, que pretendía hacerlas fijas y no esporádicas. El anciano párroco Juan González ya estaba enfermo. El domingo 17 de julio se llamó a Socorro Lantigua para que con su intervención ennobleciera el evento.
La crónica de aquel día nos dice que era un “espíritu sensible y delicado qua con palabra fácil y atrayente, llena de elocuencia, hizo un canto admirable a la Virgen de todos nuestros amores y un entusiasta elogio de la villa santuario que la guarda con celoso cuidado, de hinojos ante ella en eterno éxtasis, ofrendándola las bellezas incomparables de sus campiñas, de sus montañas y de su cielo” que “pronunció una hermosa oración, teniendo al auditorio que llenaba la amplia Basílica pendiente de sus labios en todo el tiempo que duró su elocuente discurso”.
Teror entero terminó por prendarse de aquel joven sacerdote de 36 años.
Tres meses más tarde, fallecía Juan González en la madrugada del 17 al 18 de octubre. Para sustituirle en la parroquia de la Patrona de la Diócesis, el obispo Miguel Serra y Sucarrats nombró el 7 de noviembre de 1927 a don Antonio Socorro Lantigua, iniciando un importante periodo de la historia terorense marcado tanto por el carácter del cura como por los muchos avances y cambios que Teror, la devoción a la Virgen del Pino y las fiestas experimentaron durante el mismo. La crónica destacaba que “tan acertado nombramiento ha sido recibido lo mismo en esta capital que en Teror con agrado y aplauso, pues el señor Socorro Lantigua, sacerdote joven, inteligente e ilustrado posee muchas facultadas propias para el importante cargo que se le confía, y, además goza por su carácter bondadoso y muchas virtudes el mejor concepto público y generales simpatías”
Y el cura comenzó a marcar la impronta de lo que quería para Teror. Nada más llegar, el veraneante Agustín Alzola y González-Corvo le propuso una nueva forma de realizar la operación de Bajada anual de la Virgen que hasta entonces se realizaba a puerta cerrada por una trampilla en el suelo del camarín. Propuso que se realizara directamente a la iglesia a través de un sistema de raíles en rampa por el que se desplazaría una plataforma sobre la que, lentamente pero con mayor seguridad, descendería la Virgen del Pino. La inauguración de esta nueva fórmula se llevó a cabo el 6 de septiembre de 1928, cuando el párroco no llevaba ni un año y en su éxito tuvieron relevante importancia los carpinteros Prudencio Alfonso, Manuel Henríquez y Vicente Pérez Hernández quienes idearon y construyeron todo el sistema, sobre todo el primero de ellos. En las crónicas de aquel año se destacó el que se realizara “con éxito admirable mediante un sencillo aparato por el que la veneranda imagen desciende lentamente como sobre una nube, desde su nicho al trono, y pasada las fiestas es ascendida de igual manera. Este acto ha resultado de lo más emocionante y solemne. El templo se ha visto lleno de bote en bote cuando se descendió la Virgen. La compacta muchedumbre de fieles que llenaba la basílica presenció, de rodillas, la conmovedora ceremonia. Asistieron numerosos sacerdotes. Después de cantada la Salve empezó la hermosa ceremonia acompañada del órgano. Todo el pueblo cantó el hermoso himno del Pino. Desde este año, acto tan hermoso constituirá uno de los más interesantes de las fiestas religiosas de Teror”
Un mes más tarde, el 21 de octubre de 1928 el por entonces dictador de España y presidente de su Consejo de Ministros, el general Miguel Primo de Rivera y Orbaneja llegaba a la Villa de Teror.
En aquella visita, Socorro Lantigua desplegó todas sus dotes protocolarias y de buen trato y como consecuencia de las gestiones conjuntas con el alcalde José Hernández Jiménez; se iniciaron las conversaciones que posteriormente se desarrollarían con el expediente favorable del coronel de Infantería Rafael de Castro Caubín que se trasladó al Consejo de Ministros de 26 de julio de 1929.
Y Su Majestad el Rey don Alfonso XIII aprobó la concesión de honores de Capitán General a Nuestra Señora del Pino y la Representación de la Casa Real en sus fiestas. La República lo suprimió; Franco los restableció años más tarde; el gobierno democrático, pasada la transición volvió a suprimir los honores a la imagen, pero no la representación de la Casa Real que se sigue manteniendo hoy en día.
Teror en peso vio que aquel cura iba a poner a la Virgen y a la Villa donde ambas merecían y en tan sólo dos años en el cargo, Socorro Lantigua trazó la línea fundamental de su labor, desde -y eso puede ser muy extraño para los que recuerden su trato y su carácter en los últimos años de vida- una amabilidad, un saber estar, un respeto, una simpatía, una cultura, que aparece en infinidad de crónicas y reseñas periodísticas y que ganaba a todo el mundo. De tal manera que el párroco terorense comenzó a estar presente en todos los eventos religiosos, sociales y hasta políticos que él entendiera que encumbraban a la villa y en los que además era un extraordinario anfitrión. Muchos creyeron y expresaron que Socorro era en aquel momento lo que Teror meritaba desde hacía décadas.
Para demostrar que no pararía en ese empeño adquirió los extraordinarios artesonados de la casa de la Cilla tras la demolición de la edificación en 1929 y que hoy ennoblecen la techumbre del Camarín del Pino.
Un año más tarde, el 2 de julio de 1930 recibía a Monseñor Federico Tedeschini, primer Nuncio del Vaticano que llegaba a la Villa, con toda la etiqueta y solemnidad que el visitante y los visitados merecían. “Una animación extraordinaria precursora del soberbio recibimiento que tan culto pueblo preparaba al Nuncio” movió a cientos de personas por las calles del pueblo. Típicos arcos de los usados en Teror para estos eventos las adornaban. Uno representaba el pino secular donde apareció Nuestra Señora y la torre amarilla, rematando todo ello con las armas pontificias; otro de estilo romántico se elevaba ante la Basílica con la inscripción “Benedictus qui venit in nomine Domine”
Y nuevamente los terorenses pudieron estar contentos con un párroco, que desplegaba atenciones de embajador y que sin titubeo alguno expresaba públicamente las muestras de gratitud del pueblo de Teror hacia el Pontífice por los privilegios concedidos a Nuestra Señora del Pino, el título de Basílica a la iglesia de Teror y el señalar de precepto el 8 de septiembre; declarando finalmente su incondicional adhesión al Papa.
Tedeschini visitó el Camarín, Palacio Episcopal, Císter y Convento de las Dominicas. Luego partió hacia Arucas. Agustín Graziani, el italiano enamorado de Teror, dejó constancia de su presencia ante la imagen con una extraordinaria fotografía. El Nuncio quedó gratamente impresionado y mucha parte de esa impresión se debió al correcto trato del párroco. Él continuó estando presente en todo lo que entendía tal como afirmo que hacía avanzar el culto a la Virgen del Pino y al pueblo que la custodiaba. Baste como ejemplo, lo sucedido la tarde del 15 de marzo de 1931 cuando se colocó la primera piedra del edificio que en el fondo del Barranco de Teror sería el primer paso para el embotellamiento higiénico del agua de la Fuente Agria y el inicio de lo que hoy es “Aguas de Teror” y en el que tras el discurso del alcalde José Hernández habló Socorro Lantigua en los términos siguientes:
“Según nos habla el libro de oro de la historia, allá por el año de gracia de 1481, en un gallardo pino, situado en este valle, cubierto por un bosque frondosísimo, quiso la voluntad del que todo lo puede, que apareciera la Madre de Dios, bajo la advocación de Nuestra Señora del Pino. Ella, sin más esfuerzo que su voluntad, hizo que al pie del pino venturoso, surgiera un manantial, cuyas aguas purísimas curaban las enfermedades, y a la que acudían los enfermos del contorno para buscar en ellas la salud. Más tarde, también por su omnipotente voluntad, hizo secar el manantial, pero inmediatamente surgieron varias fuentes, de entre las cuales, fue ésta en cuyos alrededores para darle toda clase de garantías higiénicas, se levanta el adecuado edificio cuya primera piedra terminamos de bendecir. Sí los hijos de Teror nos esforzamos por llevar por el mundo el nombre de nuestra Excelsa Patrona, cantando sus milagros y los beneficios que de Ella constantemente recibimos, deber también nuestro es el propalar por todos sitios las bondades de nuestras aguas para que no quede un solo rincón en Canarias donde ella no se consuma, haciéndola extensiva a nuestra madre España”.
Teror, su agua, su gente, sus negocios, su urbanismo, los paisajes y las fiestas elevados al máximo era entonces la idea que marcaba el paso de Socorro Lantigua desde el orgullo de terorense adoptivo, la amabilidad permanente y hasta la alegría por estar donde quería estar.
Pero un mes más tarde, llegaba la República y todo comenzó a cambiar.
Gracias a Luz Marina Ortega Arencibia y Virgilio Navarro Guerra por las fotografías aportadas
Imágenes protegidas.
José Luis Yánez Rodríguez
Cronista Oficial de Teror
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