El subconsciente y la piscina

Juana Moreno Molina

Ilustración: Juana Moreno MolinaIlustración: Juana Moreno Molina

El subconsciente produce reacciones en nuestra conducta, como los recuerdos agradables de una canción, un perfume, una voz..., con los que nos deleitamos,  o también, desagradables, como el insulto, la fetidez o el grito de dolor de alguien que sufre. Al evocarlos, enseguida intentamos borrarlos de nuestra conciencia, sin conseguirlo. 
 
Acabo de oír en la tele una noticia ocurrida en una localidad de Valencia que me dejó con la boca abierta. Decía que el Ayuntamiento de ese pueblo se había gastado una enorme cantidad de dinero en regenerar la piscina municipal con diversos sistemas de desinfección, llenarla varias veces y volverla a vaciar por no poder erradicar el tufillo a heces que persistía. Alguien tuvo la ocurrencia de hacer sus necesidades en el agua, fastidiando a los usuarios. La piscina sigue cerrada por insalubre. Yo creo que a nadie le seduce volver a disfrutar de sus instalaciones con sólo pensar que alguien confundió el espacio de solaz esparcimiento por una vasija de Roca. Hasta la fecha, dicen, no sé ha conseguido dar con el indeseable. 
 
Esta noticia me hizo recordar un episodio de hace unos cuarenta años o más, cuando pasamos las vacaciones de verano en un complejo de apartamentos en Maspalomas. 
 
Corrían aquellos años de bonanza económica gracias al turismo y a otras circunstancias, y todo el que podía disfrutaba de vacaciones, o fines de semana, en el sur. Tuvimos la suerte de conseguir un apartamento en un complejo tranquilo, cómodo, rodeado de vegetación, una hermosa piscina y, lo más interesante, a pocos metros de la playa.
 
En uno de aquellos fines de semana se alojó en nuestro complejo una familia de muchos miembros, incluida la abuela. Por las voces que daban se notaba que lo estaban pasando en grande, disfrutando de una paella en la terraza; acompañados de una guitarra cantaban rancheras a todo pulmón. Algunos de ellos se bañaban en la piscina bebiendo ron y lanzándose la botella unos a otros.
 
Mis hijos, pequeños herejes, creyendo que era un juego en el que podían participar, intentaban coger la botella que flotaba. Los hicimos salir de la piscina y convencerlos de que en la playa lo pasarían mejor. Aunque no lo creían, no tuvieron otro remedio que salir de la piscina, por si acaso les cayera algún cogotazo de su padre.
 
Por la tardecita regresamos felices al apartamento y nos topamos con un cartel en la piscina que ponía: cerrada por limpieza. Por las inmediaciones ni un alma de los de la paella, todo tranquilo. Luego nos enteramos de que la abuela de la jolgoriosa familia tuvo la ocurrencia de ¡fregar la paellera en la piscina!, la cual estuvo el resto de la semana vacía. Como podían intentaban quitar la grasa de las paredes.
 
Este incidente nos dio la oportunidad de que los niños disfrutarán más del mar. Cuando ya se garantizó su limpieza, a mí me seguía dando olor a gambas cada vez que me bañaba: cosas del subconsciente.
 
Texto e ilustración: Juana Moreno Molina
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