A volar

Quico Espino

“No me ata nada aquí, no hay nada que guardar, así que cojo impulso y a volar”,  dice El Kanka en una canción en la que lo acompaña Rozalén.  “A volar” fue también lo que dijo mi amigo Ignacio, el autor de la mayoría de las fotos que publico con mis escritos, mi gran colaborador, antes de saltar al vacío. 
 
Yo, aunque me puse un poco nervioso, confiaba en la seguridad que él mostraba y me transmitía,  y agarré el móvil con las dos manos, dispuesto a pulsar el botón en el momento apropiado. No sé ni cómo atiné a hacerlo para sacar la que considero mi mejor foto.
 
Con la mirada de un cuervo, todo medido y calculado, con la más absoluta precisión, él se lanzó desde un risco que está detrás del cementerio de Caideros, con los brazos emulando las alas de cualquier ave, las piernas abiertas y dispuestas a flexibilizarse en el momento del aterrizaje y los ojos fijos en el lugar donde iban a posarse los pies. 
 
En el aire, totalmente concentrado en el salto, de espaldas al Valle de Agaete y al Teide, que asoma entre las nubes, voló durante unos segundos. Unos instantes que pueden considerarse eternos porque, según me dijo después, la sensación que tuvo le va a durar toda la vida.
 
Fueron muchas las imágenes que pasaron por su cabeza durante su vuelo, todas relacionadas con aves con las que se identificó. Se vio como águila ratonera, cuyo color negro destacaba en el blanco algodonado de una nube, en el cielo azul intenso:
 
[Img #8321]
 
Voló también como gaviota de mirada sosegada por los mares de Sardina, rumbo al muelle, donde le robaría, si se terciaba, una sardina a los pescadores,
 
[Img #8323]
 
… y como paloma mensajera que visitaba las cumbres de nuestra isla, el Roque Nublo, el Bentaiga, Tamadaba, mientras el Teide asomaba en el horizonte:
 
[Img #8324]
 
Al poner los pies en tierra, flexionando ligeramente las rodillas, mi amigo siguió en el aire un rato. Entró en un estado de realidad no ordinaria, sintiendo un vínculo entre él y la naturaleza y, simultáneamente, pensó en don Juan, el chamán yaqui de Sonora, el protagonista de la novela de Carlos Castaneda, y en el cuervo protestón, al que había bautizado con el nombre de Montañón negro, el cual se rebelaba contra las torretas metálicas de un tendido eléctrico que iban a poner en sus lugares de paseo.
 
[Img #8325]

 

Y de repente, como en un destello que dio luz a su mirada, recordó que a don Juan, que era brujo, le gustaba cambiar la percepción que captaban sus ojos  según las cosas fueran buenas o malas. Le encantaba el filo de la risa, pero no las penas y, en tal caso, para no sufrir,  miraba con la mirada indiferente de un cuervo. 

 

De hecho, don Juan asumía que había aprendido a volverse cuervo. Y mi amigo Ignacio, con la mente todavía en el aire, tuvo la convicción de que don Juan era Montañón negro, el cuervo protestón, al cual, con voz que parecía provenir de otro mundo, le dijo, por telepatía, que se fuera para el barranco de Guguy, pues la mano del hombre tardaría mucho en llegar allí a causa de la escarpada orografía que caracterizaba al lugar.

 

Y, cerrando los ojos, se imaginó al cuervo volando hacia La Aldea y llegando al barranco citado, donde se posó sobre una roca de basalto para contemplar el panorama:

 

[Img #8326]

 

No era un lugar tan arbolado como aquel del que procedía pero le gustaba la calma que se respiraba en el ambiente y no encontró ninguna mirada hostil entre las aves que poblaban el barranco. Sería un enclave estupendo para venirse y traer a toda su prole.

 

Días después, mis amigos “biciclistas”,  Ignacio y Elicio, que vuelan más que pedalean, se fueron de gira a La Aldea, que para ellos es pan comido, y cuando estaban en el Andén Verde,

 

[Img #8327]

 

…contemplando aquellas maravillosas vistas, vieron pasar a un cuervo que graznó repetidas veces, cra cra cra, y ambos supieron con absoluta certeza que era Montañón negro, y graznaron con él, más contentos que unas pascuas. Entonces, mi amigo Ignacio elevó los brazos al cielo

 

[Img #8328]

 

… y puso expresión de cuervo, mientras veía desaparecer a su amigo alado tras las montañas, planeando feliz y libre.

 

[Img #8329]

 

Tan libre como esta gaviota sardinera, posada sobre el monolito del Muelle del Ancla, que contempla el atardecer antes de echarse a volar.

 

Texto: Quico Espino

Fotografías: Quico Espino, Ignacio A. Roque Lugo, Jesús Lesmes Suárez, Antonio Juan Valencia Moreno y Elicio Rivero Navarro.

 

 
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