Los cielos de Sardina

Han sido muchos los atardeceres que me he gozado a lo largo de mi vida y confieso que la mayoría los he disfrutado en Sardina, cuyos cielos, especialmente en otoño, cobran una magnificencia que embarga de embeleso a quien lo contempla.
Yo he tenido la suerte de volar varias veces por esos cielos. En sueños, claro, y me queda magua cuando me despierto porque es una verdadera maravilla sentir que vuelas, que despliegas tus brazos en forma de alas, te desplazas por el aire, planeas mientras percibes el cielo como el camino que has de recorrer y viajas por un espacio en el que pasean otras aves que no se extrañan de verte en su medio natural.
Hace unos días tuve uno de esos sueños, después de escribir el artículo Cuervo protestón; en ese mundo onírico me encontré con él, que, según me comentó, se había camuflado de águila ratonera para asustar a sus hijos. ¡Qué listo el pájaro éste!, pensé yo. El lustroso negro azabache de su plumaje resaltaba entre las nubes blancas.
Planeando sosegadamente, entablamos una conversación. Entre graznidos me dijo que el aire estaba limpio y fresco, sin contaminación, y que le encantaba pasear por los cielos coloridos de Sardina, al atardecer, y ver a la gente bañándose en la playa:
Así mismo me contó que se extasiaba contemplando el pico Teide durante el ocaso, sobre todo cuando el sol se ponía al lado o detrás de la cúspide y había un velero en el mar,
… o también cuando la luz del astro rey, al ponerse, se reflejaba en las aguas:
Igualmente le gustaba mucho posarse sobre el Farallón, con el mar plateado y el cielo encendido de colores, para escuchar el rumor de las olas mientras miraba el crepúsculo.
Además, añadió, Gran Canaria, a la que ha recorrido varias veces de cabo a rabo, está arbolada y frondosa, con las presas rebosando, los campos cultivados de plátanos, tomates y de todo, y un montón de ovejas, cabras y vacas pastando por las medianías, que revientan de verde. ¡Preciosa está la isla!
¡Qué “rascao” me quedé al despertar! Estaba encantado con aquel sueño, pues no es ese, precisamente, el estado en el que se encuentra Gran Canaria. Debe ser que el cuervo, como las dimensiones del sueño son distintas a las reales, me hablaba desde el pasado, de aquellos tiempos en los que la isla era un vergel, o tal vez, como es un pájaro agorero, desde un futuro que era presente para él. No sé. Lo que sí sé es que hice lo imposible para dormirme otra vez y seguir soñando con aquel cuervo que me alegró la vida.
Para consolarme me puse a ver las instantáneas del cielo y del mar de Sardina, de los magníficos atardeceres que me he gozado a lo largo de los más de cuarenta años que llevo por aquí,
… de las cuales he elegido un montón, más de cien, para exponerlas en una galería de fotos que será el colofón de este artículo.
Creo que son un regalo para la vista, un despliegue de aguas en calma, de mares plateados y playas acogedoras, de cielos con nubes difuminadas y de colores encendidos, de nimbos y cirros que parecen huir del sol. Cielos donde a veces se tiene la sensación de que hay llamas ardiendo.
Voy a terminar recordando los sueños en los que he volado por esos grandiosos cielos y ojalá, más pronto que tarde, se haga realidad todo lo que el cuervo me dijo sobre esta isla nuestra a la que quiero tanto.
Galería fotográfica en este enlace
(Quico Espino)
Texto: Quico Espino.
Fotografías Quico Espino e Ignacio A. Roque Lugo
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