
“La sombra no solo abarcaba la terraza mañanera, donde el primer café se sustanciaba al socaire del día, sino que, en las calles cercanas, protegía a la gente del sol que se aventuraba fuerte e intenso al final del verano.
Incluso hoy me pregunto cómo vine a parar a esta ciudad canaria desde las lejanas tierras nórdicas. Cuando descubrí la luz en invierno, todo un acontecimiento, la verdad, me recorrí cada una de las islas. Pero fue La Palma, tan llena de nombres, como para alargar su reducido espacio, la elegida, más que nada por su cadencia sonora en el hablar, que contrasta mucho con el decir pastoso de Lanzarote, donde la belleza se seca. Y aquí sigo: vivo ocho meses al año en la capital palmera. He podido entablar nuevas amistades que me acompañan en mi lento y pausado caminar, donde la conversación se ha convertido en algo así como un lujo cotidiano.
Así que la sombra de la que hablo sólo es física, momentánea y ligera.”
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