El viaje de las palabras. Juan FERRERA GILViene a suceder que las palabras escritas en un momento anterior y determinado, con el paso del tiempo adquieren un nuevo significado: los acontecimientos descritos en su circunstancia concreta, y su contexto adecuado, han cambiado y aquellas expresiones de entonces adquieren el hálito de premonitorias, como si hablasen de la otra frontera, tan desconocida y tan presente, aunque nos olvidemos de ella y ni siquiera le prestemos la atención debida.
Son las palabras la materialización no solo de una idea sino, acaso, el inicio de todos aquellos principios e instantes que vamos atesorando según avanzamos en el camino: la corriente de la vida. Las palabras predisponen y disponen, dicen y abrazan conceptos irrefutables que, una vez plasmados y asentados, parecen inamovibles. Pero no es así. Nunca es así. Con el inexorable paso del tiempo, las palabras adquieren otro valor, otro contorno que, delimitando las montañas que rodean la ciudad, sacude al actual. El pasado es tan impredecible como recurrente y, cuando regresa, no solo ofrece una nueva interpretación sino confirma, una vez más, que los hechos, las situaciones, los gestos y, por supuesto, todas las palabras, nunca viven anclados, como depositados para siempre en el fondo del mar: así adquieren una nueva dimensión que impregna la sabiduría que parecen encerrar.
Y también mueren y desaparecen: muchas de las palabras pronunciadas sobreviven en cualquier época y por eso, al mirarlas de nuevo, dicen lo que dicen. Claro que los escritores, amén de vanidades coyunturales, las eligen sabiamente; aunque no todos: algunos presumen de experimentos lingüísticos que sobreexplotan la expresión y dejan sin esencia, solo aparentemente, los distintos contenidos. Tal vez sea un motivo que se relaciona con el futuro, donde habrá, seguramente, otra lectura. Con lo laborioso y agotador que es escribir, todavía me pregunto cómo algunos intentan jugar con expresiones recortadas que limitan el pensamiento y amargan el sabor de las expresiones; lo realmente complicado y espinoso es poder encontrar un camino propio, un estilo singular, donde casi todo resultase sencillo y claro: ahí se encuentra la verdadera dificultad del idioma y “domesticarlo” supone una ardua tarea de dudoso resultado. No sé si las palabras admitirían “ser domesticadas”, como los leones de un circo (bueno, ya no hay ni leones ni circos: están en los documentales de La2); por el contrario, las considero particularmente “anarquistas”.
En definitiva, las palabras no solo han venido para quedarse, y combinarlas de mil maneras posibles, sino que, además, sirven para mostrar un determinado momento, una concreta acción, que se diluye en una atmósfera que, inevitablemente, cambiará con el paso del tiempo. Gracias a ellas, y al ambiente en que tiene lugar su momento de vida, hemos podido comprobar que sus distintos significados nunca son inalterables: siempre regresan novedosas interpretaciones junto al imprevisible pasado.
Y, así, la expresión se enriquece y sirve para desentrañar la verdadera hondura del ser humano, donde todo es posible y donde la imaginación, libre de obstáculos, camina con paso firme al tiempo que proporciona y facilita otras vidas.
Por eso no me extraña que algunos opten por ser claramente minoritarios.
Razones.
Juan FERRERA GIL

































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