El viaje de las palabras. Juan FERRERA GILEl otro día, paseando, pude comprobar que las palabras callejeras continuaban en su eterno viaje. La primera vez, hace ya algún tiempo, que noté su grata presencia fue cuando mis hijos aprendieron a leer y las descubrieron en los carteles de los distintos negocios: “bar-ca-fe-te-rí-a, la-ca-sa –de –los-pien-sos y –las se-mi-llas, res-tau-ran-te, pas-te-le-rí-a”… Poco antes, las palabras solo habían sido voces, sonidos en los cuentos leídos en la fantástica hora de acostarse.
Como las palabras de la calle viven muchos años, las había dejado de leer. Sin embargo, en las pizarras de las distintas terrazas se renuevan con mensajes claros y sencillos, acordes a su condición: “hoy, pata asada”, “hoy, pasteleta de pollo” y otros menús anunciadores de sabores exquisitos. Las palabras que identifican a los distintos comercios hace tiempo que ni las veo; salvo que se cambie de actividad; entonces intento recordar cómo era aquel cartel anunciador. A pesar de la inexorabilidad del tiempo, se conservan títulos muy interesantes. Por ejemplo, “Cine Rosales”, que mantiene el diseño de cuando se creó, aunque ya sus neones no se enciendan; sin embargo, sigue brillando en su lugar para recordarnos que una vez la sala fue un libro de cuentos y de aventuras en la oscuridad embriagadora. Cuando el haz de luz atravesaba el patio de butacas y el entresuelo, entrábamos en un mundo que se convertía en real, dejando a un lado las preocupaciones cotidianas, y donde se avivaban las ilusiones de la edad. Pero el mensaje que nos sorprende desde hace tiempo es el escrito en una pared de la calle La Heredad: “Pepe hoy será un gran día el tuyo”, escrito así, sin pausa, como para que el texto llegue antes. Y me gusta considerar que su “autor” ha escrito algo decente, de agradecer, por otro lado, porque desde hace ya algunos años “amar no es para siempre”.
Y las palabras en las calles, siempre las mismas y siempre diferentes, sirven para mostrar una ciudad viva, que se mueve, que ofrece actividades de todo tipo y, sobre todo, que empuja en el sentido de los distintos intereses. Sí, sí: las calles se parecen a las páginas de un libro que queda representado por la ciudad entera. Y dentro de él, saltamos de una página a otra, verificando que la vida sigue y que, sin apenas percatarnos, las palabras se han transformado en nuestras amigas más directas y sinceras. Porque, al leerlas, las llenamos de vida y, además, caminan a nuestro lado, acentuando la vecindad verdadera y sin vanidad. Son palabras vivas, muy vivas.
Ya ven: cuando miramos detenidamente no solo descubrimos detalles en los que no habíamos caído, sino que otros aspectos más visibles, como las naturales y humildes palabras, enlazan directamente con el alfabeto; capaz de trasladarnos por el maravilloso mundo de la imaginación. Así que esos signos lingüísticos, que se verificaron hace ya unos cuantos siglos, son una especie de bendición humana.
Tengo para mí que las calles se han convertido, tiempo ha, en páginas y páginas de una historia de la que formamos parte.
Un milagro cotidiano.
Otro más.
(*) (Escrito el 3 de marzo de 2020)
































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