Foto: Juan FERRERA GIL“La tienda, un año más, comenzaba a coger carrerilla “de Reyes” desde mediados de noviembre.
Y, entonces, los juguetes, igual que un ejército, empezaban a inundar poco a poco el espacio reservado a la batalla. Contemplaba, ensimismado, el escaparate cada vez que por allí pasaba y cada jornada iba descubriendo una nueva figura que siempre resultaba mejor que la del día anterior. No sé quién se encargaba de su decoración. Pero lo cierto es que la magia navideña, instalada desde principios de diciembre, se iba adueñando paulatinamente de aquel firmamento azul, despejado y luminoso, que a mí se me antojaba como si habitara un extraño planeta repleto de muñequitos inalcanzables.
Pasó el tiempo. El entrañable y apacible Día de Reyes, en mi casa, donde la fantasía, convertida en feliz hechizo que impregnaba todo el salón, también anidaba desde tempranas horas, hasta que las infantiles voces, inexorablemente, fueron desapareciendo para refugiarse en las películas caseras.”
































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