Sentido paisaje. Foto: Juan FERRERA GILDe cómo los recuerdos más insospechados regresan a nuestra memoria es algo muy difícil de explicar. Y debe ser por eso precisamente que los que se marcharon hace tiempo siguen regresando como si nunca hubiesen partido: acaso sea siempre así.
Lo que queremos decir, en realidad, es que la existencia es un milagro que se mueve en distintas dimensiones. Ignoramos si la idea de Saramago, consistente en que los nueves meses de embarazo de nuestras madres se traducen en “otra presencia” después de traspasar la frontera, es real o no. Tal vez el escritor portugués tenga razón. De su “A casa” de Lanzarote podemos inferir que es una buena muestra de ello: aquel lugar es más que un museo al estilo tradicional: es una casa viva y vivida porque Saramago sigue rondando por el lugar. Es cierto que ahora podemos ver sus apreciados objetos, su mesa de trabajo y, si me apuran, hasta llegamos a percibir su respiración a través de los objetos que le pertenecieron. De lo que se deduce que la vida tiene sentido al mismo tiempo que contemplamos el paisaje que nos rodea, y que hacemos nuestro, y sirve para reconfortarnos y refrescar la mirada, que se endulza y empatiza con los demás detalles: paisaje y paisanaje son una misma cosa.
El sentido del paisaje es algo más que mirar detenidamente; acaso sea profundizar y elevar la observación hasta sus recónditos límites.
Como hizo Saramago.
































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