La palmera. Juan FERRERA GIL“La esbelta palmera, en su languidez, fue la única que, como testigo silente, contempló los hechos.
Recién acabada la misa, compré un encaje en aquella mercería enfrente de la iglesia para adornar una de mis peligrosas bragas: las noches locas que a una de vez en cuando se le presentan, como anunciadoras de placeres insospechados. Sabía que el alocado y temeroso sacristán me perseguía y se mostraba baboso con más frecuencia de la que me llegaba a percatar: lo cité en mi casa, al lado mismo del nuevo hotelito, donde la insinuación y la picardía parecían resbalar por la pendiente calle. Con mis bragas bien “encajadas” lo deslumbré y vi, por fin, lo que la lascivia y la represión llegan a provocar en las pasiones más ocultas. Allí mismo, donde la pileta de la azotea, le propiné un fuerte empujón en la noche estrellada y dio con sus huesos en la vecina casa sin techo.
Nadie me vio. Nadie se enteró. Por eso sigo yendo a misa.”
































Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.32