Desierto blanco

Quico Espino

También podría haber titulado este relato “Dormir en la nieve”, al hilo del que se publicó la semana pasada, al que titulé “Dormir en el desierto”. Son desiertos los dos, uno rubio y otro blanco, mundos infinitos de arena o de nieve, inmensos ambos. Si quisiera poner un título que abarque a uno y a otro, creo que elegiría “Dormir en la inmensidad”.
 
Un amigo mío, al que siempre hemos conocido como Jose el de Wanda (porque tenía un pastor alemán con ese nombre), ha estado recientemente en el sur de Noruega, en la montaña, en un vasto parque nacional cuyo punto más alto está a 1993 metros sobre el nivel del mar. Se llama Hallingskarvet y se sitúa junto a un lago de nombre más impronunciable aún: Dragwidfjorden.
 
[Img #7124]
 
Me aseguró mi amigo que, al igual que en los desiertos de arena, las estrellas parecen estar al alcance de la mano también en los desiertos de nieve. No he tenido esa experiencia pero le creí a pies juntillas, sobre todo después de haber visto esta foto:
 
[Img #7125]

 

… en la que la luna parece asomarse por una duna nevada. Entonces volví a imaginar diversos viajes por las estrellas, todos relacionados con el desierto blanco.

 

En uno son dos cisnes los protagonistas:

 

[Img #7126]

 

Elegantes, con esos cuellos que les dan carácter de efigies egipcias, pasean los dos sosegadamente por el hielo del lago congelado, tal vez en busca de algún pececillo que llevarse al pico.

 

En otro, por la falda de la montaña nevada, va una hilera de perros de raza siberiana o aleutianos tirando de trineos, azuzados por sus amos,

 

[Img #7127]

 

... los cuales van abrigados no sólo con ropas térmicas sino también con prendas de lana, porque han aprendido de los animales que viven en esas zonas, como los perros o las ovejas, que los abrigos que ahora se llaman técnicos no son suficientes para matar aquel frío, sobre todo de noche, cuando la temperatura puede alcanzar dieciocho grados bajo cero.

 

En el tercer viaje interestelar vi a mi amigo esquiando por un inmenso mar de nieve, feliz como el que más,

 

[Img #7128]

 

… y después de llegar a las montañas, a través de un pequeño bosque de coníferas del hemisferio norte,

 

[Img #7129]

 

… regresó pletórico a la tienda de campaña, situada sobre un segmento congelado del lago, la cual compartía con un compañero y con dos huskies siberianos que les ayudaban a transportar todo el equipo.

 
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Al lado de su tienda hay otra más pequeña que es térmica, dentro de la cual hicieron un agujero para tener agua potable y para pescar truchas.
 
[Img #7131]
 
Una tienda que, curiosamente, se confeccionó para una expedición de un grupo de exploradores noruegos que fueron a La Antártida en 1978. 

 

Una tarde, cansado por haber estado esquiando casi todo el día, mi amigo se puso a pescar y se quedó dormido. De inmediato empezó a soñar y se vio llamando a una morena: morenita, ven; morenita, ven, mientras él esgrimía una fija en su mano derecha. Una morena bien grande entró entonces por el agujero y fue de golpe ensartada por la fija. En la siguiente escena aparecía la sartén llena de trozos de morena, y él se veía salivando de placer. Pero el ruido del aceite hirviendo lo despertó. ¡Que rabia me dio, coño!, me dijo, sonriente, cuando me lo contó.

 

En palabras de mi amigo Jose, no hay nada más hermoso que la inmensidad, contemplada con su color natural, sin la contaminación lumínica que impida verla como realmente es. 

 

Los desiertos, ya sean de arena o nieve, conforman esa enormidad, son mundos infinitos, como infinitas son las estrellas que brillan en el cielo, que es la inmensidad más absoluta que pueden ver nuestros ojos, un universo que cada segundo que pasa se expande un poco más.

 

Texto: Quico Espino

Fotografías. José Manuel Quesada Medina

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