CReatividad. Foto: Juan FERRERA GILManón Ramos, hija del escultor aruquense Manuel Ramos (1899-1971), lo dejó bien claro: “manos creadoras que acariciaban la madera como un amante y esculpían la piedra de tal manera que del frío mármol surgía un desnudo, tan cálido, que era casi humano.”
Por otro lado, la poetisa italiana Alba Donati, en su libro La librería en la colina, Lumen, Barcelona, 2023, señala claramente que “cuando me preguntan de qué va un libro, me echo a temblar. Jamás en mi vida he recordado una trama, ni siquiera la de Blanca Nieves y los siete enanitos. De un libro me quedo con otras cosas, y creo que eso otro es la Literatura”.
Dos voces femeninas, en tiempos muy distintos y distantes, mantienen el mismo punto de vista: que la creatividad no es sólo un don sino un camino por el que transitar en el que, además de pisar fuerte, marcando cada uno su impronta, es decir, la agudeza visual de observar las cosas y los casos de manera desigual, el paso siguiente en la creatividad, acaso, convertida en una nube pasajera, provoca una mirada detenida, una forma literaria precisa, y presenta la posibilidad de poder expresarse también con palabras. La Literatura está presente en muchos terrenos donde la Cultura se mueve no solo en los libros impresos sino en nuevos cuadros, otras partituras y esculturas varias que nos invitan a la lentitud jamás soñada, donde “el pararnos a pensar” es un regalo que viene desde cualquier parte del mundo y desde cualquier tiempo desconocido. Así, el pasado regresa siempre y siempre de manera diferente, como actualizándose.
Es la creatividad una manera de ser, sentir y actuar: una inmensa capacidad donde las dimensiones de los contornos ni se estrechan ni encorsetan nunca la visión diáfana del artista que, en su deambular por la existencia, atravesada por caminos como el de Swan o el de los Guermantes, va proyectando sentimientos y emociones dispuestos a traspasar el tiempo y, tal vez, la misma vida. Es la creatividad un lujo al alcance de unos pocos que interesados se muestran en diseñar, por diversos medios, los caminos propios que se prolongan más allá de su recurrente e inquieta imaginación. Además, es una forma de ver las estanterías, convertidas en orillas de mar, donde los libros no solo permanecen sino que representan el lienzo insinuado, la partitura incompleta o el mármol frío que dará a luz una escultura que, muy probablemente, superará el tiempo y el espacio, como si un relato fuera.
Creatividad y tiempo se unen para que la reflexión encuentre su camino y su paseo, porque toda existencia es un paseo, más o menos agradable, finito, aunque no lo pensemos ni seamos plenamente conscientes de tal particularidad. Y eso está bien: que las cosas acaben de manera natural o, si terminan de forma violenta, también era ése su destino, aunque inesperado: el pasado cambia continuamente; es tan impredecible que ni siquiera queremos echar el hilo a la cometa de la memoria. Y todo ello con el fin de que la creatividad resulte novedosa y, a la vez, atormentada, de bruma enloquecida en barrancos inaccesibles y frío constante, donde la “tarosada” de la negra noche anida casi siempre.
La escultura, el lienzo, el libro: materiales diversos que inciden en un mismo sendero, y que con ágiles manos de múltiples colores y una imaginación que se precipita al borde del acantilado, desafían, con cierto descaro, no solo al tiempo sino a la misma vida normativa. Por eso la creatividad se encuentra en distintas personas que ven, observan, escudriñan y ejecutan. La idea se ha de transformar en materia: solo así descubriremos a ese público inteligente que visita los museos, las galerías de arte y las librerías: verdaderos santuarios de la Cultura que sobreviven más allá de la vida virtual. Al visitar las ciudades, terminamos, en la mayoría de los casos, en los museos para ver lo que ni siquiera imaginábamos. Contemplar la obra de los otros es descubrir su creatividad y dialogar en silencio: no hay nada como la comunicación verificada sin contexto, donde la imaginación aún avanza mucho mejor por senderos y caminos no hollados: el deseo de encontrar una explicación, más o menos razonada, se convierte en un forcejeo que ni siquiera percibimos: los tiempos de ahora tienen tanta prisa que miramos sin ver y leemos sin comprender. Y así nos va: deshojamos la flor del camino para sentirnos superiores en la indiferencia y en la ignorancia. Pero nada más.
Al final, la consideración del artista sobresale en su contradicción. Y en su lucha por ofrecer una vereda abierta y distinta que explicite sus desbordantes ideas: son esas ideas las que quitan el sueño y disparan la imaginación. Y, mientras sentimos la almohada detrás en el acantilado mismo de la duermevela, ese instante es único y verdadero.
Todo está donde tiene que estar.
Como debe ser.
Juan FERRERA GIL






























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