Melancolía. Foto: Juan FERRERA GIL“A pesar de que aquella mañana se había despertado llena de melancolía, no pude resistir la tentación. Y en el balneario cercano, mientras meaba, acabé con aquel jubilado que a duras penas se mantenía en pie. Lo dejé allí tirado, donde el retrete, en la tercera puerta a la derecha. Me lavé las manos y al salir saludé cortésmente al empleado municipal, que me devolvió un gesto cotidiano y parsimonioso mientras manipulaba su móvil. A los treinta minutos fui interceptado por dos agentes municipales en bicicleta que me localizaron en la terraza del bar de la esquina, mientras daba cuenta de un cortado descafeinado de máquina con sacarina. Ni siquiera lo pude terminar. Yo solo les dije que había adelantado el proceso, nada más.”
































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