La playa. Foto: Juan FERRERA GIL“Me asomé a la playa por si la veía. Pero no. Está claro que no quiere saber nada de mí. Ni su hermano, con el que me llevaba tan bien: me ha retirado la palabra y el saludo. Lo único que hice fue matar a su querido perro. Bueno, vale: ya sé que eso no se hace, que está mal; no me lo repitan más, ¡¡por Dios!!
Desde que el juez dictó la segunda sentencia, no levanto cabeza. Y se me ha quedado esta mirada de salitre y luz de verano en primavera. Aunque el horizonte se despeje, ya no podré contemplar sus lindos ojos. Ni yo ni nadie. Eso sí: antes de enviarla al otro lado le dije que la quería. Y mucho.”































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