Una década para enmarcar

Creo que podrían enmarcarse tanto la década de los setenta como la de los ochenta del siglo pasado. Esta última fue sin duda prodigiosa en cuanto que España se abrió a Europa y al mundo después de tantos años de postergación marcada por la dictadura y la Iglesia, una España carpetovetónica, y porque, por otra parte, se consiguieron grandes avances a nivel político, económico y social. Sin embargo la de los 70 fue mucho más interesante para la mayoría de jóvenes que vamos vestidos de carnaval tanto en la foto que encabeza el escrito como en esta otra:
![[Img #6480]](https://infonortedigital.com/upload/images/04_2023/3144_decada02.webp)
Con respecto a la primera, que íbamos de charros mejicanos, resulta que estábamos cantando La calandria cuando pasó por el aire una paloma y me lanzó “un regalito” que, por suerte, me cayó en el ala del sombrero. ¡La madre que la parió!, grité, ante las carcajadas de mis acompañantes, y luego, alegando de cachondeo que seguro que había sido por celos, nos pusimos a cantar La paloma.
Casi todos los que estamos en estas instantáneas, algunas caras en ambas, más otros que no aparecen (en general gente de clase humilde que nunca pasamos hambre pero sí desconsuelos), acabamos nuestros estudios en los años 70, Magisterio, Filosofía y Letras, Ciencias puras, en Las Palmas y La Laguna, después de muchos esfuerzos y gracias a las becas que nos concedieron.
Éramos una pandilla grande y compacta. Prácticamente todos trabajábamos en algo mientras estudiábamos y, cuando hacíamos el bachillerato superior, a principios de la década, montamos un grupo de teatro (Círculo 70) y otro de música (Témpano) y representamos El Tartufo, El médico a palos, La cantante calva, El carro del teatro…, cantamos en público poemas de Machado, de Lorca (para lo cual tuvimos que pedir un permiso especial) así como un recital de música sudamericana (Mercedes Sosa, Jorge Cafrune, Víctor Jara, Horacio Guaraní, Violeta Parra…) y actuamos en los casinos, tanto en Ingenio como en Agüimes, Telde, Valsequillo…
Recuerdo que, representando El Tartufo en el casino de Ingenio, uno de los actores debía salir a escena y decir un monólogo de unos tres minutos. De repente, cuando estaba frente al público, su mente se quedó en blanco y, tras un vacío escénico de varios segundos, levantó los brazos y gritó: ¡No sé. Imposible! Y con la misma hizo mutis por un lado del escenario. El resto del elenco casi nos meamos de risa y tuvimos que reponernos para continuar con la representación.
Las obras de teatro, las canciones y los instrumentos musicales formaban parte de nuestras vidas, sobre todo la guitarra, la cual nos acompañaba a todos lados, incluidos los asaderos en las playas (Ojos de Garza, Agua Dulce, El Burrero, Arinaga, Cabrón), en los que desojábamos la margarita de nuestro repertorio bajo la noche estrellada y los efluvios del alcohol y el humo.
Fue una década inolvidable que sobresalió con el fin de la dictadura, el regreso de la deseada democracia y con el broche dorado de un futuro esperanzador para quienes habíamos acabado las carreras y empezábamos a trabajar.
Podría acabar este relato aludiendo a la locución latina “O tempora, o mores”, pero no es mi intención sumirme en la nostalgia de aquellos tiempos y de aquellas experiencias sino tan sólo hacer resaltar una década, la de los setenta del siglo pasado, como la más crucial de la vida de los jóvenes y las jóvenes que salimos en las fotos que se muestran.
Texto: Quico Espino
Imágenes de archivo
































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