Verónica Bolaños HerazoEmpezó en China. Los contagios fueron irrisorios, porque se transmitía a través de la mirada. En occidente Tiara triste triunfó igual que las píldoras de la felicidad. Los ojos grandes eran carne de cañón. El germen se transmitía cuando alguien miraba fijamente al otro y éste se introducía como rayos láser. Ante la imposibilidad de ser controlado, la única opción de erradicarlo era extirpando los ojos a los contagiados.
¿Cómo saber quién lo tenía? Era difícil detectarlo, los occidentales eran astutos. Síntomas: mirada triste, ganas de morirte, caminar desgarbado, pocas ganas de hablar, asocial…
No se sabía quién estaba contagiado ya que la muchedumbre bajo el efecto de las píldoras, salían a la calle y sonreían; daba gusto contemplar las diversas maneras de andar, caminares saltarines y levantamientos de caderas como si bailaran bachata.
Ningún método de detección funcionó. Retiraron de las calles a los guardias encargados de arrestar contagiados ─todos, absolutamente todos los viandantes sonreían y hablaban con gran elocuencia.
Lo que sí lograron erradicar, fue el contrabando de la pastilla de la felicidad. Desde entonces, había menos gente en la calle, supermercados… En cuestión de una semana, era como si los occidentales se hubieran evaporado.
Verónica Bolaños






























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