La merienda. Foto: Juan FERRERA GIL“Fuimos, aquella tarde tranquila y despejada de nubes, a merendar a La Albufera. Queríamos, y necesitábamos, aislarnos de los demás, al menos, un rato y alongarnos al primer amor verdadero. Lejos quedaban los turistas que intentaban atrapar, desaforadamente, cada momento. Por aquellos días María y yo nos habíamos ennoviado y no teníamos ojos más que para mirarnos sin descanso. ¡Oh, Dios mío! ¡María era perfecta! ¡Cuánta belleza! Por eso luché denodadamente para que nuestro amor superara el tiempo. Sin embargo, no fue así: a los pocos meses la tristeza apareció con todo su poder destructor y negra fuerza: es un puñal la ausencia de María que en mi corazón herido la siente distante: he comprendido, ciertamente, que el alma existe. Y sólo me queda la fotografía que me regaló aquel turista, rodeada de dulce agua.”































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