Recuerdos de una foto

Juana Moreno Molina

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Es cierto que la climatología influye en nuestro ánimo.
 
Cuando los días son soleados y el cielo amanece de un bello azul, tenemos el espíritu activo y todo lo vemos en positivo; sin embargo, cuando amanece nublado y con una llovizna molesta, la melancolía y la nostalgia se apoderan de nosotros.
 
Cuánta razón hay en el dicho: a mal tiempo, buena cara.
 
Hoy el día amaneció lluvioso y triste. Las nubes bajas cubren las montañas y se respira el peculiar aroma de la tierra mojada. Es día de estar en casa y, si tus obligaciones te lo permiten, de tumbarte en el sofá a leer un libro, cosa que haré yo. Pero ahora mismo caigo en la cuenta de que terminé anoche el que me tenía absorta, por lo que opto por sacar la lata de azafrán donde guardo las fotos antiguas y emprender la tarea de pasarlas a un álbum. 
 
De entrada me encuentro una en la que me veo muy joven, en el muelle de Sardina. Luzco albornoz que me cubre el bañador, decentito él, de aquellos de “cuello alto”; el albornoz  sólo debo quitármelo al entrar al agua (por allí estaría el guardia con el pito); además, calzo mis blancas lonas por las que ya asoma un dedo, mientras me apoyo en un noray con una pelota. 
 
Eran tiempos de represión en los que la libertad de expresión y de atuendo estaban marcados por una iglesia mojigata, además de por las normas civiles impuestas. Sin embargo, me veo alegre y recuerdo con nostalgia ese día de disfrute con mis hermanas y compis, porque, oigan, solas no nos atrevíamos a ir al mar ni a ningún sitio. Así era aquella sociedad conservadora y machista. 
 
En mi memoria prevalecen las tardes de verano en la arena de la playa. Tengo que aclarar que sólo se disfrutaba del mar en esa estación, después del día de Santiago. Nos tumbábamos al socaire de las barcas de pesca, jugando al clavo, a la pelota o nadando en sus tranquilas aguas hasta llegar al muelle viejo, pasando por el prisma, ya desaparecido (aquel segmento de espigón que quedó después de una tormenta).
 
La juventud nos daba ese toque de atrevimiento. También nos retábamos a margullar con el mar de rebozo y más de un susto nos llevábamos. Mis coetáneos se acordarán de aquellos pescadores, curtidos y sabedores de la mala mar, que nos indicaban el “jacío” a grito pelado para que pudiéramos llegar a la orilla. Yo salí más de una vez de ese trance, con el bañador hasta la cintura, sufriendo tal susto que me impedía morir de vergüenza. Pero nunca dejé de jugar con las olas.
 
Todavía recuerdo el gusto ácido y salobre del membrillo que mordisqueábamos por turno dentro del agua, lanzándolo unos a otros entre risas.
 
Qué delicia ver sacar el chinchorro hinchado de plateadas sardinas que no cesaban de brincar, y ver bajar por la rampa de arena a las mujeres de los pescadores con sus bañaderas para recoger su cuota y salir a vender por los caminos con su popular pregón: ¡Sardinas fresquiiiitas! 
 
Nos íbamos a La Laja, lejos de la arena, a dar cuenta de nuestra merienda, que casi siempre consistía en pan con chorizo, que intercambiamos , entre risas y con ingenuos coqueteos, por bocadillos de tortilla o de sardinas “denantes”, palabra que mucho tiempo después descubrí su significado: de Nantes ( ciudad francesa), donde había una fábrica de conservas de pescado ya extinguida. 
 
A la tardecita subimos la cuesta de arena para llegar a la carretera y esperar la traqueteante guagua de Guzmán, en la que el espabilado cobrador, Ezequiel, que era mudo, no dejaba subir a nadie sin pagar, ya que entre nosotros siempre había algún “esperriado”. 
 
Todos rumbo a casa, contentos por el día gozado menos yo, que sufría el ardor de la cara quemada por el sol, temiendo el enfado de mi madre por lo tarde que era y por los paños de vinagre que no soportaba pero que me calmaban la quemazón de la piel. (No había aún protector solar). 
        
Hay que ver, que con solo mirar esta foto ya me hace revivir días felices de mi juventud. Espero no toparme con ninguna que me recuerde momentos nefastos y me amargue este momento.
 
Texto: Juana Moreno Molina
Imagen. Albúm familiar
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