Portada "Héroes de Chabola. Foto: Juan FERRERA GILAcabo de leer un libro que me ha dejado traspuesto: Antonio Junco Toral, Héroes de chabola, Mercurio Editorial, Madrid, 2022; sin embargo, ha sido un agradable descubrimiento.
En él hemos encontrado, entre otros datos históricos, una interesantísima novedad: es la primera vez que leemos, con una voz más que autorizada, lo que pasaba dentro de los peligrosos y temidos Campos de Concentración de La Isleta, Gando y Fyffes. Y poder acceder directamente a un testimonio equilibrado como el de Antonio Junco Toral ha servido, y sirve, para que determinados aspectos de la guerra civil ocupen su verdadero lugar: nos queremos referir a la vida misma: los demócratas que lucharon para defender la República y los verdugos que pusieron en marcha la nefasta rebelión; al final, todo un odio desatado y tremendamente incomprensible que aun hoy no parece superado. En el libro se habla de todos ellos. Y eso está bien: es como una luz que nos atrapa en medio de tanta oscuridad. El hecho de que la familia haya accedido a su publicación no solo es un milagro cotidiano más, sino que debemos destacar la valentía familiar al regalarnos este relato cierto y doloroso.
Cuando se presentó el libro en el Cabildo de Gran Canaria, (que, por cierto, regalado fue generosamente por la institución insular) hubo mucha gente. Algo significará aquel gentío que vino a escuchar, a saber, a conocer y a verificar lo que para muchos de los allí presentes conocíamos de oídas. Y Antonio Junco Toral, hombre equilibrado y centrado en sus convicciones democráticas, con los pies en el suelo y la mente clara, ha regresado, muchos años después, para dejar constancia clara de lo que fue la tortura, los gritos, el miedo, el maltrato, el hambre, el encierro de los días y la desconsideración humana. Y lo hace con el convencimiento de que el criterio y la reflexión nunca deben desaparecer: ¿por qué hay que callar ante la intolerancia? Estos “Héroes de chabola”, que maltratados fueron, han vuelto a la vida porque Antonio Junco Toral habla de ellos y los nombra, los singulariza; y tampoco deja atrás a los verdugos, a los temidos “cabos de vara”: sus gritos, sus órdenes, sus aires de superioridad, sus aspavientos, sus ignorancias y sus arbitrarias actuaciones.
No puede ser que el olvido haga desaparecer las voces auténticas. Por eso está muy bien que la familia del escritor haya decidido publicar, unas cuantas décadas después, las impresiones que sintió el escritor en aquellos meses aciagos, donde la destrucción del ser humano, en todos los órdenes, se convertía en el principal y único objetivo. Por eso me alegra saber que compartimos con el escritor el mismo amor por los libros y los escritores: saber que leíamos lo mismo (Stefan Zweig, por ejemplo) nos resulta muy grato, no porque sea un hecho extraordinario, sino, precisamente, por todo lo contrario: Antonio Junco Toral es una persona de su tiempo, con valores democráticos arraigados fuertemente que siguen siendo actuales: que apreciara los libros y los escritores no solo es un signo de modernidad permanente, sino que, además, el pasado regresa siempre para poner las cosas en su sitio: ya había admiración y respeto por la Cultura desde entonces. Y es otro valor que merece la pena ser recordado: “todo libro, por malo que sea, siempre tiene algo, es acreedor a un poco de nuestro afecto”, dice Antonio Junco. Así que su sincero testimonio es una llamada de atención que se produce, tal vez, con el íntimo deseo de que los seres humanos no volvamos a repetir viejos errores.
Pero el libro, perfectamente editado por Mercurio Editorial, dice muchísimas más cosas: que Sergio Millares Cantero haya intervenido en él es toda una garantía de seriedad y rigor que los ávidos lectores saben apreciar en su justa medida; y que Cristina Vallejo Junco y Carmen Fernández Junco hayan redactado unos apuntes biográficos sobre Antonio Junco Toral es una muestra más de respeto y consideración.
Poder leer este relato abierto y sincero, y desde dentro, doblemente, de los terribles Campos de Concentración que por las islas se establecieron, no solo es mirar de otra manera sino que, además, hubo un tiempo de miseria humana y mucho dolor provocado en auténticos centros de tortura y aniquilación.
Por eso y por muchos más detalles que no decimos, y que el lector descubrirá en su momento, vale la pena leerlo.
No se lo pierdan.
EnseñARTE, 71)
Juan FERRERA GIL






























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