Canción de tus canciones
El cancionero canario tiene para su gente lo que todo cante folclórico puede dar a un pueblo. En sus letras nos recreamos y lloramos a veces de alegría y a veces de pena. Porque estas letras están en lo cotidiano, en la fiesta e incluso tocando el cielo. Pues en ellas se nombra a todos, a Mariquilla ́el Pino, a cada una de las islas, a las noches de San Juan y hasta a la madre de Dios, preferiblemente bajo su nombre, Pino o Candelaria.
Personalmente un joven como yo, seducido ya por el pop, el rock, la rumba, el son..., poco pensaba en que encontraría tanto de mí en una isa, por ejemplo. Estos son los estragos de la globalización, que es capaz de hacer que me sienta en un club londinense, solo buscando en Internet un poco de Jazz, o llorando en México con una ranchera.
No digo que esto sea malo, todo lo contrario. Nos permite viajar por el mundo sin movernos de casa, como la buena lectura. Sin embargo, esto se convierte en peste cuando uno sabe más de la casa del vecino que de la suya.
Por ese motivo decidí pararme a pensar en nuestra música. Y también porque se lo debo a todas esas personas que con palmas, cantes, guitarras, bandurrias, chácaras y timples me han alegrado una fiesta, una sobremesa o una ruta en guagua. Para ellos y para los que nos las enseñaron va esta poesía:
Sí, me gusta la bandera,
¡ay, mamá!, la tricolor,
con siete estrellas verdes,
con un solo corazón,
me dije, tras beber vino,
el buen vino de Asunción.
Y me fui haciendo caminos,
con versos de tu canción.
En la costa, los costeros,
pregonaban: ¡echa ron!
al pobre ventorrillero,
y al turronero, ¡turrón!
Desde la mar escuchaba
que le repicaba a Dios,
con campanas de Vegueta
desde la costa a Teror.
Entonces miré hacia allá,
la parranda me llevó
y la virgen, en su altar,
decía: ¡ay, Teror, Teror!…
De romería, la mantilla
quería ponérsela yo
a la inglesa soñadora
y su novio lo impidió.
En fin, pobrecillo novio
y más pobre yo que él.
Hapa, la hapa, paloma,
¿con quién yo me casaré?
Pues con la niña bonita,
¡ay, qué oscuridad tan grande!
La farola no alumbró,
la niña me dio su madre.
Qué tenderete bailé
entre los coros y danzas,
con la niña, pues la quiero
y en mi querer nadie manda.
¡Ay, María!, este belingo,
esta tradición de antes,
con el azul de tu cielo,
¡mi niña, que Dios te guarde!
Y ángeles canarios canten:
¡Bendita mi tierra guanche!
































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