Grite. Grite sin emitir sonido alguno. Abra la boca hasta desfigurarse, apretando la cara contra la almohada, contra su antebrazo, bajo el agua. Tense los músculos del cuello y grite hasta que sus cuerdas vocales se resquebrajen como la tela de un trapo usado, hasta que su laringe parezca atravesada por miles de alfileres. No se encorsete en un alarido monocorde, al contrario: expulse sus demonios a través de insultos, nombres, frases largas. Sea creativo.
Grite una y otra vez hasta quedarse sin aire, repita sin darse tregua: acorte las tomas de aire pero alargue las exhalaciones cuanto le sea posible. Tras un número determinado de veces (no menos de diez, nunca más de treinta) debería comenzar a sentir un ligero mareo por el esfuerzo y la falta de oxígeno. Continúe, no se detenga. Experimente la sensación de asfixia y siéntase próximo a la pérdida de conciencia. Cuando el fundido en negro esté próximo, deténgase.
Caiga de rodillas, desplómese sobre la almohada, suba a por aire.
Respire con normalidad, relajado al fin. Permanezca así el tiempo necesario.
Prosiga con su rutina habitual.
GQB
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