Foto: Juan FERRERA GILSi ya nos resulta harto difícil comentar un libro de poemas, no les digo nada sobre uno que trata de ilustraciones de grandes dimensiones y que pesa lo suyo (¡cualquier cosa, menos “libro de bolsillo”!) realizadas por la mano experta y de singular trayectoria de Fernando Vicente (Madrid, 1963).
El libro, Fernando Vicente, El arte de Fernando Vicente, Norma Editorial, Barcelona, 2022, perfectamente editado con exquisito gusto y límpido criterio, no deja indiferente a nadie. A pesar de que está inundado de ilustraciones, como debe ser, pues de eso se trata, repletas de metáforas, sugerencias, interpretaciones y, aunque no estén, de palabras. A veces nos hemos tenido que levantar del asiento para desde la distancia apreciar mejor estas obras que plasman la vida y trayectoria del genial ilustrador.
Nada más empezar, una interesante entrevista a cargo de Jesús Marchamalo nos aclara y nos acerca el mundo particular de Fernando Vicente, y es muy gratificante lo que está por venir en las siguientes páginas. Luego, en diferentes y acertadas secciones, la obra del pintor, que en su devenir cotidiano es capaz de reconocer que “acabo de descubrir el óleo”; y lo dice con alegría y entusiasmo y extrema sinceridad de persona que tiene los pies bien plantados en el suelo. Para cerrar el libro, Jesús Marchamalo, otra vez, acompañado de distintas fotografías, nos cuenta magistralmente cómo es el estudio en el que Fernando Vicente da sobradas muestras de creación permanente.
Pero ¿cómo afrontar el comentario de tantas ilustraciones? Difícil tarea que es mejor dejar en manos de especialistas. Nosotros, modestamente, queremos señalar que hay de todo. De todo. Y cada dibujo, cada ilustración, cada cuadro, ofrece tantos detalles que no solo parecen atravesar las páginas, horadándolas, sino que, además, nos sentimos tan atrapados como si dentro de un argumento estuviéramos: son tantos los personajes retratados, y tantos los motivos, que cada página se convierte en un relato donde no hay detalle que no signifique: todo, rescatado del olvido y fruto de la creación constante, tiene un significado, una interpretación que el lector va llenando con sus propias palabras.
Esto de mirar, ya lo hemos dicho en otras ocasiones, tiene su aquel: por un lado, la lentitud que provoca el gesto de contemplar con detenimiento, donde cada línea, cada trazo, tiene valor en sí mismo; por otro, el hecho de ser capaces de observar profundamente sirve para interpretar que las propuestas de Fernando Vicente alcanzan la vida mucho más allá del espacio de un lienzo, que un lienzo da para mucho y en él parece concentrarse, acaso, casi toda la existencia.
Yo no sé si Fernando Vicente es un poeta o un brillante escritor, pero lo parece: sus ilustraciones dicen tanto y tan bien que traspasan no solo nuestros ávidos y atentos ojos, tan llenos de asombro, sino que, además, se instalan en nuestra memoria donde adquieren otra vida, otra interpretación.
Ya ven: a partir de ahora no solo las palabras irán a nuestro lado, sino también los dibujos e ilustraciones de un pintor de nuestro tiempo, cercano y tan válido que para nosotros se ha convertido ya en un clásico.
Es Fernando Vicente un ilustrador de raza. Y a mí, la verdad, me cae bien, no solo por lo que dice sino por lo que hace.
Ya se sabe: la gallina ponedora, pone y después cacarea.
Pues eso. No se lo pierdan.
(enseñARTE, 69)
Juan FERRERA GIL
































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