SEr cortés. Foto: Juan FERRERA GILCuando la enseñanza se impartía, fundamentalmente, desde la amenaza constante, el recurrente castigo y la falsa autoridad, y desde la atalaya entarimada, el Hermano Ramón nos impuso un castigo a varias clases porque en las filas del pasillo del colegio íbamos hablando.
Así que se cabreó airadamente, antes era lo frecuente en muchos maestros que nos pegaban incluso por no saber los ríos de España, y nos impuso un castigo de tres o cuatro días: lo que tardábamos en escribir ¡¡mil veces mil!! “debo ser cortés”. Recuerdo que me pasaba las tardes enteras redactando el castigo, incluso con la televisión puesta, en aquellos momentos únicos de Antena Infantil, donde Locomotoro, Valentina, el Capitán Tan y el Tío Aquiles llenaban aquellas lejanas tardes de magia con sus aventuras y canciones. Así estuvimos varias jornadas hasta que rellenamos unas cuantas hojas con el castigo debidamente numerado y pautado. Desde aquel día, el Hermano Ramón y su “debo ser cortés” vinieron a simbolizar una sola cosa: la sotana negra no solo representaba un disfraz coincidente con aquel tiempo en blanco y negro, sino que, además, servía para mantener el miedo en las viejas tarimas de las aulas y en los mapas de aquella España imperial, grande y libre. Y única.
Yo no sé si al final aquello sirvió para algo (¡tanta energía gastada!) y nos convertimos en “más corteses” el resto del curso. Solo sé que, cuando entregamos el trabajo, el Hermano Ramón bromeaba y mostraba una disposición de ánimo tan desconocida para nosotros que, en nuestra manera de ver y sentir, intentamos adivinar lo que le había pasado al hombre que se escondía tras aquel ropaje negro. Al final no sé qué haría con tanto papel castigado. A lo mejor, “debo ser cortés” sirvió para aplacar su natural iracundia.
No sé yo. Y, además, ahora, con el paso del tiempo y las costumbres cambiadas, todo aquello da igual. Se ha convertido en una anécdota más lo que en un tiempo ya superado nos producía desasosiego y asombro.
En fin, ya lo dijo Don Quijote: “¡cosas veredes, amigo Sancho!”
Juan FERRERA GIL































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