Hoy, en las noticias, oí una encuesta que le hicieron a unos jóvenes sobre la violencia de género y un porcentaje de ellos opinaron que una bofetada a sus parejas de vez en cuando, era necesario para que los respeten. Yo estaba desayunando en ese momento y el bocadillo que me iba a llevar a mi boca abierta se quedó a medio camino, pues no atinaba a cerrarla.
 

¿De verdad creen que esa violencia física es necesaria para que sus parejas los respeten? Más bien creo que lo que inspiran es desilusión por esa carencia de personalidad, de una falta hombría que los lleva intentar arreglar los conflictos conyugales por medio de la violencia, sabedores de su fuerza física.

Se están equivocando; la desilusión lleva al desamor que rompe las relaciones y si no se llega a romper, la sumisión de la mujer al abuso, hoy en día, deja mucho de desear de ella. Y no me digan que lo hacen porque hay hijos de por medio o porque no tienen a dónde ir. Siempre hay solución.

Me viene a la memoria una anécdota, cuya protagonista es una antepasada de mi familia. De esto hace más de cien años, cuando la mujer tenía menos derechos y estaba más sometida al hombre.

Ocurrió que, a poco de casada, su marido intentó castigarla, sin motivo aparente, sólo para dejarle claro quien mandaba en el matrimonio.

Ella, al ver sus intenciones, se defendió estampándole una silla en la cabeza y dejándole en el suelo con una “coneja”. Acto seguido recogió sus cosas y lo abandonó, marchándose a su casa de soltera. Fue la admiración de toda la familia por su acto de dignidad.

Texto e ilustración: Juana Moreno Molina