“Me encanta cuando la ciudad se llena de paseantes y los coches, tan nerviosos y contaminantes, desaparecen de las calles: un momento casi inolvidable.
Es verdad que algunas mañanas de domingo la ciudad parece otra. Y es de agradecer que, al menos por unas horas, logremos descubrir los edificios que el resto de los días ni siquiera vemos, los árboles que no sentimos y percatarnos, al mismo tiempo, de cómo los parques se agrandan en su majestuosidad. Sí, está bien restringir el tráfico. El paseo se convierte en un nuevo estado de ánimo que nos durará hasta la próxima vez en que los coches vuelvan a desaparecer.
Así que, de momento, seguiremos paseando. Y disfrutando.”
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