Palmeras canarias

Quico Espino

 

La palmera es un símbolo universal con atributos en casi todas las culturas. En el antiguo Egipto representaba la inmortalidad. En el mundo mediterráneo sus ramas eran símbolos de triunfo y de la vida eterna, y a la palma datilera se la consideraba un árbol sagrado que se asociaba con la fertilidad en los seres humanos.

 

En el cristianismo la palmera está asociada con el Domingo de Ramos, lo que me hace evocar que, de niño, era de obligado cumplimiento ir a la procesión llevando una rama de palma, o una especie de trenza hecha con las hojas, a la que llamábamos tomiza.

 

La figura de la palmera canaria (Phoenix canariensis), que es considerada como el símbolo del archipiélago, siempre me ha parecido de una belleza sin parangón al igual que un elemento esencial y característico de nuestra tierra. Y me sorprendió, cuando me enteré, que muchas de ellas sean tan altas y longevas.

 

De su elegancia y de su encanto no cabe la menor duda, como se puede constatar en las cuatro fotos que me enviaron (gracias a los remitentes), con las que doy fe de lo que digo.

 

La primera, la palmera que encabeza el relato, es la más vieja. Según me dijeron debe tener más de tres siglos, por lo cual se pueden imaginar de cuántas cosas ha sido testigo. De hecho se ve cómo ha alongado su tronco hacia delante, con la cabeza siempre alta, para ver lo que ocurre, sobre todo en el mar.

 

Quien me mandó la foto aventuró que esa palmera había visto incluso a los conquistadores españoles cargando de esclavos canarios un barco que estaba atracado en un muelle no visible de la zona costera, en la parte inferior de la imagen.

 

Seguro que también ha presenciado escenas más alegres como la de ver a los bañistas lanzándose desde un risco, zambulléndose en el agua, o jugando a chapotear, que es lo que le ocurre a esta otra palmera

 

[Img #4009]

 

… que vive en la avenida de una playa muy concurrida, en poniente, y que en esos momentos está contemplando un hermoso crepúsculo. Se alegran sus ramas ante tamaño espectáculo, fascinadas por los colores de las nubes, y se queda igual de embelesada que la gente que ha sido seducida por el encanto del solpuesto.

 

Eso mismo les sucede a estas dos palmeras que también presencian el ocaso, esta vez en la desembocadura de un barranco, dando al mar,

 

[Img #4006]

 

…y que parecen estar en llamas, quizás enaltecidas por los besos y abrazos de una pareja que se cobija bajo sus sombras, yaciendo en la arena de una recóndita playa.

 

Y, por último, les muestro a la palmera más alta de estas cinco:

 

[Img #4007]

 

Mide treinta metros y, como pueden ver, está rozando con sus ramas un cielo de algodón. Desmelenada al viento, airosa, altanera, forma un círculo mágico en el espacio, y a mí retrotrae en el tiempo y me veo, junto a la pandilla a la que pertenecía de pequeño, bajo cielos también algodonados, lanzando piedras contra el corazón de las palmas datileras, para que los frutos caigan al suelo.

 

Más de una vez eran las mismas piedras que tirábamos las que nos caían encima, y en general eran más los chichones que nos salían en la cabeza que los dátiles que teníamos en las manos.

 

Recuerdo que les decíamos gallos a los chichones, y cuando, antes de acostarme, mi madre me quitaba las liendres de la cabeza, de manera minuciosa, (una deliciosa experiencia que nunca he olvidado), y tropezaba con un chichón, me decía: este gallo te canta de madrugada. Y luego añadía: esta noche vas a soñar con las palmeras.

 

Texto: Quico Espino.

Imágenes: Ignacio A. Roque Lugo (1,4), Gabriella Rossi (3) y Juan Manuel Mendoza (2)

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