Miradas que hablan

Las miradas de los niños 
son sinceras y elocuentes.
Es propio de su inocencia
decir siempre lo que sienten.

En los ojos de Emma, la hermosa niña de la foto, que es preciosa también, se puede leer que está a gusto como está, recostada en el regazo de su padre, con la cabeza apoyada en su hombro y mirando para la cámara, la cual capta ese momento en el que la expresión de la niña refleja calma, placidez, paz.

A punto estuvo de esbozar una sonrisa, cuando el fotógrafo le hizo una carantoña, pero no la dejó asomar a su mirada porque quería eternizar el sereno deleite que sentía, un dulce estado de bienestar, tal vez la antesala de un sueñecito del que iba a disfrutar sobre el hombro de papá.

La sinceridad de los niños puede ser, en ocasiones, ofensiva para alguna gente. Una tía de mi padre, bizca ella, con un grado de estrabismo exagerado, vino un día de visita a mi casa y piropeó varias veces a mi hermano pequeño, que por aquellas fechas contaba cuatro años.

-¡Qué bonito estás, mi niño! ¡Y qué alto! ¡Da gusto verte, mi amor!

Mi hermano no respondió a los cumplidos recibidos y entonces mi padre le dijo: 

-No seas malcriado, meleguín. Dale las gracias a tu tía, que tantos piropos te ha echado.

-¡Ah! Pues yo pensé que no me lo decía a mí, porque estaba mirando para el techo –fue la réplica de mi hermano, al cual mi padre le pegó un buen coscorrón y mi tía, un tanto ofendida, lo llamó malandrín.

Y a mí no se me olvida la cara de mi hermano, sus ojos llorosos, su mirada inocente que se preguntaba por qué mi padre le había pegado. Casi de inmediato vino mi madre y lo cogió en brazos. Él adoptó entonces la misma pose que Emma, cuya foto ilustra este escrito, y, al mirarme, esbozó la misma expresión que ella.

Poco después se quedó dormido.

(Regalo de Reyes para Sergio y Marta)

Texto: Quico Espino

Imagen: Saulo Ruiz Díaz.