Idilio en el barranco
Foto: Doramas Cruz Arencibia
Donde uno menos se lo espera salta la liebre, me dijo uno de mis grandes amigos, el cual se había enamorado locamente de una joven a la que conoció en el Barranco de Guguy Chico. Guapa, simpática, encantadora, interesante, inteligente, fueron algunos de los adjetivos que utilizó para describirla.
A su vez, más adelante, ella también se quedó prendada de aquel chico tan agradable que, por casualidades de la vida, tenía la misma profesión que ella: eran mecánicos de coches los dos.
Siempre he creído que puede darse el amor a simple vista, y cuando él me lo contó no me cogió por sorpresa, aunque sí me sorprendió que quisieran contraer matrimonio en aquel mismo lugar y que fuera yo quien los casara, informalmente, claro, que ya luego lo harían ellos por lo civil. Les vi tan ilusionados que no me pude negar.
Me pareció muy romántica la manera en la que sellaron su compromiso: él escaló una montaña y se metió en una cueva con forma de corazón (véase la foto que encabeza el escrito) y desde allí, alzando los brazos, le gritó su deseo. Ella, que en ese momento se encontraba enfrente, en lo alto de un cerro, mirando al mar,
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… elevó también los brazos al cielo y le respondió con un sííííí que atravesó las nubes. Luego se quitó el sombrero que llevaba puesto y lo lanzó al aire, hacia una montaña basáltica que parecía un órgano de tubos, como los que se ven en algunas iglesias,
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… tal si fuera el detonante para activar aquel instrumento, y a ambos les pareció escuchar la marcha nupcial de Mendelssohn. Así mismo, cual espejismo, tuvieron la sensación de que las coladas basálticas se transformaban en un inmenso teclado, que vibraba con cada nota musical que llegaba a sus oídos.
Un tiempo antes de que en ella se despertaran los sentimientos que el futuro novio sintió según la vio, él me pidió que escribiera algo bonito, fueron sus palabras, en el que la invitaba a volar juntos, y yo, siguiendo sus indicaciones, compuse el siguiente poema:
¿Volarías tú conmigo?, te pregunté, sonriente,
después de mirar al cielo, así, sin más, de repente.
Aún no me conocías. Y después te aseguré:
Yo contigo volaría sin pensármelo un instante,
porque cuando me miraste, me envolviste en tu mirada,
me sofoqué, me embrujaste, y me quedé sin palabras.
Tu encantadora sonrisa terminó por cautivarme
y ya no pude negarme. De súbito tuve prisa
por arrojarme en tus brazos. Y deseé tus caricias.
A ella se le erizaron los pelos cuando leyó el poema. Le encantó. Lo miró de otra manera después de leerlo y, sin saber cómo, supo que era amor lo que él sentía, que no sólo buscaba sexo. Se podría decir, pensó, que no se trataba del clásico mecánico que pretendía que hubiera entre ellos un cruce rápido de bujías, sobre todo cuando, viéndola cansada, él le ofreció el hombro para que ella reposara su cabeza. Y entonces, escuchando la respiración de aquel hombre tan respetuoso, tan cortés, fue cuando Patricia se enamoró de Víctor.
“¡Aleluya! ¡Aleluya! El amor que yo ahora siento,
este bello sentimiento, no hay nada que lo destruya”.
Se desplegaron las alas que ella guardaba escondidas.
Y sus bocas se acercaron. Sintieron del beso el gusto
y sus ojos se cerraron. Entonces volaron juntos.
Fue en el mismo barranco, en La Casita de las mil estrellas:
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…ante un grupo numeroso de amigos y amigas de la pareja, con comidas, bebidas y tarta casera de turrón, donde se celebró la boda informal que yo oficié:
“Aquí estamos reunidos en este hermoso lugar
para unir a una pareja que hoy se nos quiere casar.
Se llaman Patricia y Víctor. Se les ve muy ilusionados,
y encantados de esta boda porque están enamorados.
Como ellos se aman tanto y juntos quieren vivir,
les desearemos que sean un matrimonio feliz.
Serán iguales los dos en deberes y en derechos,
y siempre habrán de tratarse con cariño y con respeto.
Patricia, ¿quieres a Víctor tanto como para pasar con él el tiempo que sea, hasta que la muerte, o la vida, les separe?
-Sí quiero.
Víctor, ¿quieres a Patricia para pasar con ella…………….?
-Sí quiero.
Perfecto. Pues, por los poderes que ustedes me han otorgado, por lo cual me siento muy honrado, yo les declaro MUJER Y MARIDO.
Y ahora la novia puede besar al novio, y, como ambos son mecánicos, el beso tiene que ser de tornillo, por favor”.
Las risas de quienes se hallaban presentes subieron barranco arriba, arrastradas por el alisio, y se confundieron con el sonido de los cencerros de un ganado de ovejas que pacían en la degollada de La Montaña Bermeja.
Texto: Quico Espino
Imágenes: Doramas Cruz Arencibia, Gabriela Rossi e Ignacio A. Roque Lugo






























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