Poesía postal

Si has perdido la esperanza
de recibir mi postal,
discúlpame la tardanza,
que no he tenido lugar.

Me imagino que él elegiría la tarjeta porque creyó que la pareja de la carátula se parecía a ellos, sobre todo ella, cuyo rostro y corte de pelo eran casi como los de su novia, la cual también llevaba el mismo color de labios, era amante de collares de fantasía, gustaba de ponerse ropa llamativa y tenía al cisne como animal favorito.

A ella, que, según su padre, era más cursi que una pianola, le pareció sosa la postal. Impersonal. Habría preferido una en la que la pareja se mira a los ojos tiernamente, o aquella otra en la que se les ve acaramelados dentro de un corazón bordado de verde y rojo, él mirándola enamorado y ella sonriente, con la mano en el pelo de su novio y luciendo un collar de tres vueltas.

Tuvo ganas de comprar dicha postal para la onomástica del novio y enviársela al cuartel donde cumplía el servicio militar, en la península, pero, creo yo, pensó que tal vez era un poco atrevida y eligió otra que se parecía mucho a una foto de ella, siendo niña:

Y, en el reverso, le escribió un poema:

Al amanecer el día,
la aves me despertaron
y también me recordaron
que de tu santo era el día.

Grande fue su sorpresa cuando, dos meses más tarde, el día de su onomástica, recibió la postal que le hubiera gustado mandar a su novio:

No se lo podía creer. El hecho de que hubiera telepatía entre ellos le encantó. Y se le saltaron las lágrimas de alegría cuando leyó los versos que él le había dedicado:

En el día de tu santo
te vengo a felicitar.
¡No sabes cuánto te quiero!
Fíjate en mi mirar.

Ni que decir tiene que al poco tiempo se casaron. Tuvieron una buena prole y, según me contaron, ya ancianos, agradecidos a la vida, recordando sus día de juventud, repasaron las postales y los poemas que se habían enviado durante el tiempo que duró la mili de él, la única vez que se habían separado.

Quico Espino