Casado con la naturaleza

El título de este relato también podría ser: Cazado por la Naturaleza, creo, como si ésta, después de dejarme encandilado, me hubiera lanzado una especie de flecha de Cupido que me hiciera enamorar tanto como estoy del mar, del cielo, de los barrancos y montañas, de los campos en flor… y de la gente que quiero.

En “La vida contada por un sapiens a un neandertal”, Juan José Millás dice: “…advierto el divorcio experimentado a lo largo de mi vida con la naturaleza”, y me sonó un tanto inaudito, me resultó raro, porque yo siempre me he sentido unido a ella, desde que, de pequeño, jugaba en los barrancos y me bañaba en los charcos, bajo los naranjos y los aguacateros, hasta la actualidad, que continuo visitando valles y montañas, cumbres y medianías,

…y que considero la playa como el patio de mi casa.

Las olas no me dejaron sentirme nunca solo. Escucharlas mitigó muchas veces mis penas, que con pan son menos, y en ocasiones acrecentó el dolor que me embargaba ante circunstancias adversas.

El mar es para mí la parte más viva de la naturaleza y la que me inyecta más energía.

Es verdad que también disfruto paseando por cumbres y montañas, barrancos y laderas, contemplando un rebaño de ovejas que pasta por el campo,

…escuchando los cencerros que parecen tintinear en el aire, pero, aunque todos esos espacios naturales me animan a vivir, a apreciar más la vida, ninguno como el mar, como la playa en la que vivo,

…que me clavó una flecha nada más verme y me tiene completamente enganchado.

Pero no soy el único. Todos los días me encuentro, paseando por la arena, o dentro del agua, con otras personas que sienten lo mismo que yo, que adoran la playa y gozan de ella en soledad o en compañía, hablando o en silencio, nadando en calma o dejándose llevar por el vaivén de las olas o, simplemente, en remojo. En nuestras caras se puede leer el encanto que sentimos.

Y siempre hay alguien que dice: ¡Ojalá que esto dure!