Si miran la imagen con detenimiento, comprobarán que la mujer flacucha que se esconde en esos hierros para nada es frágil y débil.
Es una mujer de las de ahora: con personalidad contrastada y dispuesta a adaptarse a las nuevas situaciones. Su rostro, convertido en luz infinita, no solo señala que su presencia es auténtica sino que, además, viene a ratificar que su manera de ser y sentir está viva en cualquier momento del día. Por eso no le tiene miedo a la oscuridad y, además, está encantada de ocupar el lugar asignado; y, sobre todo, habla muy bien de los vecinos de enfrente que, desde sus comercios, la miman con cariño y respeto. Así que esta mujer representa a todas las mujeres.
Y quiere dejar muy claro que ha venido para quedarse, pues sabe que, desde el respeto, su vida cobrará verdadero sentido.
Es lo que tiene la creación artística.
Y la mano de su escultor, claro.
Juan FERRERA GIL
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