El último vagón
Cuando el policía le puso la multa por llevar la mascarilla ligeramente por debajo de la nariz, Antonio no comprendía la situación.
Miró a los lados y no había nadie a menos de cien metros, excepto, claro, el policía que lo paró cerca de la rotonda. Era el agente un hombre joven, menos de treinta años, seguro, que se sabía de memoria la normativa reguladora de la pandemia que ya estaba cansando desesperadamente. Antonio pensó que hacía lo que cientos de españoles: bajarse ligeramente la mascarilla cuando no veía a nadie a su alrededor, más que nada para que en sus largas caminatas pudiera soportar aquel apósito que ya duraba demasiado. Hasta que sobrevino la denuncia. Solo le dijo una cosa al policía:
--- Cuando usted sea pensionista como yo lo soy ahora, que la vida no le coja con los hijos en la Península, donde estudian. Y comprenderá entonces que ese dinero que la multa se lleva no solo es imprescindible, sino que, además, resulta vital en la vida de los míos.
Luego se despidió del agente con un “¡buenos días!” sincero y generoso.
Pero, al otro lado, no escuchó nada.
Y la multa, imperturbable, siguió su trámite. Entonces recordó las palabras de Chiquito de la Calzada que días atrás había escuchado en la televisión: “esa multa no te la quita ni Perry Meison”.
Y así fue.
Juan FERRERA GIL































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