La cueva

Opinion

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La vida sorprende por los cambios. Siempre me parecía normal el éxodo del campo a la ciudad, ya que en ella hay más oportunidades.

El acontecimiento que relato me descolocó de esa certeza; ahora el éxodo se produce de la ciudad al campo. En realidad, esas estancias campestres de las personas de ciudad tienen por finalidad el disfrute de fin de semana o como despeje de la tan traída y llevada pandemia. Sin embargo, para otras, es la necesidad de subsistir, como le ocurrió a Nicolás, el joven que conocí la semana pasada en mis caminatas por Los Altos.

Aquel día me había fijado en una linda cuevita escondida en un frondoso barranco. Destacaba el blanco de su fachada y los geranios asilvestrados que crecían bajo el porche de risco, que llaman “rozo”. Bajé por el sendero que orilla los huertos sin cultivar, donde reinan las rojas amapolas y los amarillos relinchones. Aspirando el perfume de las higueras a mi paso, me acerqué a la cuevita, observando, un poco alejada, otra más rústica, que supuse albergó animales en otro tiempo.

Al rato de estar sentada a la sombra del níspero, que crecía cerca de la cueva–vivienda, me sorprendió la llegada de aquel joven. Entablamos conversación y me dijo que la cueva era suya, que la heredó de sus abuelos, junto a una acción de agua de pozo que, según su expresión, le llegaba apenas una “meadita” al estanque. Me comentó, ilusionado, que estaba decidido a irse a vivir allí, a cultivar de nuevo los huertos, o parte de los mismos, y poner algunos animales.

Esta decisión la tomó porque estaba cansado de soportar el paro forzoso que sufría y las nulas expectativas de trabajo. Además, la oportunidad de instalarse en aquel entorno, que le atraía por lo bucólico, y poner en marcha su nuevo proyecto de vida aumentaban su optimismo.

Después de un rato de conversación me despedí del emprendedor muchacho, deseándole mucha suerte y buenos años de lluvias.

Aquel encuentro me hizo evocar estos versos:

Ahí está el viejo puente,

la verde higuera,

los huertos tapizados de flores.

Y la busco.

La encuentro escondida en el follaje,
Soñando, aletargada,

la vuelta de los que cobijó un día.
Esperando.

Ella es muy vieja y sabe

de tiempos cambiantes,

de su abandono en la abundancia

y el retorno
en la precaria y doliente escasez.

Guardando la calidez de siempre,
sabiendo que volverán un día

y, generosa,
la cueva se ofrecerá una vez más,
consciente del giro de los ciclos
que a ella no le afecta.

Texto e ilustración: Juana Moreno Molina


 


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