Rincones de amor

Tres parejas heterogéneas, con las que tengo buenas amistades, me contaron hace poco, para mi sorpresa, que suelen reunirse una vez al mes para cenar y hablar de los libros que leen. Forman una especie de círculo de lectores y eligen las mismas novelas, ensayos o poemarios para debatir luego sobre ellos.

Para culminar sus reuniones siempre se enfrascan en lo que a ellos, desde un principio, les dio por llamar “ejercicio literario”, que consiste en escribir un texto o un poema relacionado con lo que han leído.

Me parece una iniciativa digna de mención y la aplaudo.

En el último encuentro, según me contaron, debatieron sobre “Amor eterno” de Gustavo Adolfo Bécquer, “Corazón coraza” de Mario Benedetti y “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” de Pablo Neruda, y decidieron escribir un poema romántico con versos endecasílabos, salvo dos de ocho sílabas, uno repetido, relacionado con los lugares exóticos en los que han hecho el amor, al que titularon “Rincones de amor”:

Allí también nos amamos.

Respiraba la mar en nuestros pechos.
Subían los suspiros por el aire,
erizada la piel como las olas,
empapados de besos de agua y sal.

El cielo quiere entrar pero se ahoga.
Ruge el mar en los gritos de tu boca.
Espasmos de tu vientre desbocado.
Nos arrastra la mar al infinito.

Allí también nos amamos.

Volaron mis suspiros por tus cielos
en los filos de blancas madrugadas,
en las alas de hermosos horizontes,
en los montes de verdes galanuras.

La caleta del Roque de las garzas,
el Techo de la luna en la montaña,
la Cola de dragón de Pico Viento,
la Cueva de la lava colorada.

Rincones de nuestro amor.
Evoca aún el aire nuestros besos.

Después se separaron y, ya en sus respectivos hogares, aún con la sensación que les quedó de la poesía escrita, bajo los efluvios del vino que habían tomado, hicieron apasionadamente el amor y, sonrientes, jadeantes, satisfechos, sumaron aquel rincón de su casa a los ya citados en el poema.

Quico Espino