El sueño de Cayetana
Creo que es sabido que en el siglo XIX era muy penoso y aventurado para los habitantes de la Villa de Gáldar trasladarse a la capital para hacer gestiones, por lo que muchos optaban por embarcarse en el puerto de Sardina y trasladarse a Sta. Cruz de Tenerife.
El viaje resultaba más rápido y placentero y se evitaba la nefasta Cuesta de Silva. Uno de los objetivos de los desplazamientos de los galdenses a la hermana isla era comprar los lujos de estreno para las Fiestas Mayores de Santiago. Y aquí entra Cayetana en la historia.
La víspera de su viaje, Cayetana Jorge estaba muy nerviosa. Repasó la faltriquera donde llevaba los reales y pasó revista al vestido, la mantilla, las enaguas los botines etc., todo dispuesto sobre el arcón, pues al amanecer tenía que estar en camino y no era plan demorarse.
En la puerta de su casa, que da a la torre del reloj, delante de su tienda de aceite y vinagre, estaba el carruaje que la llevaría al puerto de Sardina, donde el velero que hace la travesía a la isla vecina estaría atracado y listo para zarpar.
Amaneció y ya estaba vestida. Se santiguó delante del cuadro de la Virgen de la Concepción y salió disparada a la calle.
Bajaron, a muy buen paso de las mulas, por Coruña y Tonelero, enlazando con lo que hoy llamamos Camino Viejo de Sardina.
Llegaron al puerto cuando aún estaban estibando. Había mucha animación marinera. El patrón de la embarcación la acomodó en cubierta entre diversos bultos, disculpándose porque el navío no estaba preparado para pasajeros. A ella no le importó. Su viaje tenía la finalidad de culminar su sueño.
Tardaron poco más de cuatro horas en pisar tierra. Era casi mediodía cuando salió del barco, encaminándose al comercio situado en el centro de la capital, donde estuvo largo tiempo tratando su negocio, y, satisfecha, se dirigió a una fonda cercana a comer.
Ya por la tarde estaba de nuevo a bordo, en el mismo velero de su partida, junto con varios paquetes a su nombre: su compra de telas diversas y un sinfín de complementos de moda.
Al fin iba a realizar su sueño: la primera tienda de telas en la Villa de Gáldar, compaginada con la venta de víveres. No quería perder a sus parroquianos, ya habría tiempo de convertirla en dos comercios. Como así fue.































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