Que lloren las parras

Opinion

quellorenlasparrasYo también soy de la opinión de esta señora que cantaba a voz en grito: “Si el vino viene, viene la vida”, acompañando a Horacio Guaraní, cuya voz sonaba en la radio que ella había llevado para la huerta en la que estaba cogiendo uvas.

Se extrañó cuando vio aparecer a un joven periodista, que la fue a visitar porque le habían dicho que ella era un calco manifiesto del papa Benedicto XV y que se quedó prendado de la viñadora y de la canción: “Quiero morirme cantando junto a las parras maduras. Y que me entierren al alba; que sea de vino mi tumba”.

-¡Qué bonita la letra! –dijo el visitante, relegando el motivo que lo había llevado hasta allí.
-A mí también me gustaría morirme cantando –replicó ella, antes de seguir entonando la canción.
-Me gusta más su voz que la del que suena en la radio, señora. Se ve que le gusta cantar.
-¡Ay, sí, mi niño! Me encanta. Me alegra la vida. No sé que sería de mí sin la música.
-¿Y, como al cantor, también le gusta el vino? –preguntó ahora el joven, con una sonrisa un tanto vivaracha.
-Por supuesto. Todos los días me tomo un vasito de vino tinto con la comida; lo pongo en la pila un rato, para que esté fresquito, y, al igual que la música, me da alegría, me anima y me hace quitarle hierro a los problemas. A Dios le ruego que nunca me falten ninguna de las dos cosas, porque sería mucho más triste la vida.

Cautivado por aquella mujer tan entrañable, el reportero le preguntó si podía sacarle una foto y publicarla en su periódico, que para él supondría, aparte de un gran honor, un empuje para su incipiente carrera profesional, y ella, siempre afable, le contestó que sí, pero con una condición.

-¿Cuál?
-Que no aparezcan ni mi nombre ni mi paradero, que no quiero yo que se me llene la casa de periodistas para ver a la mujer que se parece al papa. ¿Trato? –aclaró ella, mientras le ofrecía un racimo de uvas moscateles.
-Trato –replicó él, encantado, aceptando el regalo.

Después la fotografió, le dio mil gracias, dos sentidos besos, y se fue comiendo uvas por el camino, al tiempo que recordaba la letra de la canción de Horacio Guaraní: “El día que yo me muera, no me entierren con los muertos, sino bajo los viñedos para cumplir mi destino: que mi sangre y mis cenizas vuelvan camino del vino”.

Quico Espino


 


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