Al maestro
Era un niño que habitaba en el extrarradio de un pueblo y por dicha causa no tenía con quien jugar, encontrando en otros seres siententes la amistad tan necesaria en esos años, y llegada la noche su fiel amigo le acompañaba y acurrucándose juntos partían a un mundo de ensueño. Ese niño y su perro eran uña y carne. Miraba a su perro y le decía: eres mi amigo, somos amigos. Y el animal le entendía en la correspondencia existentes entre seres de diferentes mundos.
El niño entraba en un profundo sueño y partía hacia otra vida más allá de la real. En la mitad de la noche sentía como se elevaba sobre la cama y flotaba y salía al exterior de la vivienda. Todo lo observa desde la alturas, los brazos le servían como muñones de alas que solo con moverlos se mantenía en equilibrio y recorría en ese estado hipnótico el pueblo cercano de punta a punta y llegando el amanecer volvía nuevamente a su cama junto a su amigo que dormía plácidamente.
Al día siguiente, el niño sin que nadie le hubiese enseñado nada, se entretenía con nuevos juegos, de barro y agua, hacía figuritas de todo tipo, animales, vehículos, soldados, fuertes. Pasaba horas y horas jugando y hablando con otros niños inexistentes mientras que su mamá hacía las labores de la casa, parecía que al niño alguien le había enseñado todo y lo recreaba en los juegos y que solo él los interpretaba. De vez en cuando la mamá le decía en voz alta – ¿Con quién hablas ?-
El niño ansiaba la llegada de la noche para recorrer el pueblo y que él percibía en la plena efervescencia del día. Así una noche tras otra.
Pero una noche cuando viaja de esa forma extraña, se sintió extenuado y despertó en un lugar desconocido y junto a él estaba su fiel amigo. Era en un camino distante de su casa y mirando a su perro con estupor le dijo .- Para casa.- El perro adelantó su paso y él le siguió, al cabo de un rato de caminata en una parte del camino observó como unas luces pequeñas y brillantes se movían en la oscuridad de la noche. Hasta el perro se acobardó, porque encorvó el rabo entre las patas, pero continuaron y llegando al lugar donde partían esas diminutas luces, comprobaron que eran los ojos de múltiples gatos en un desenfrenado baile con maullidos al igual que niños recién nacidos. El perro asustado rugió al igual que un león y en un santiamén con gran estruendo en un ruido ensordecedor desaparecieron los felinos. Pero la noche continuaba y las ansias de llegar a casa eran intensas.
Aquella noche el viaje había sido extenuante, pero ya se veía la casa cerca, el perro se había tranquilizado.
En la continuidad y antes de llegar a un recodo del camino se oye una gran jauría de perros enfurecidos que les imposibilitaban continuar. El corazón del niño se acelera y opta por pegar su cuerpo a un árbol y permanecer completamente quieto, pero la excitación de aquellos animales va increscendo y éstos en una desenfrenada carrera se dirigen hacia el niño y el perro, sobresaliendo entre ellos un gran dogo-gigante, pero al llegar a su altura le rodearon y de pronto todos quedaron quietos y callados, acercándose una perrita a sus pies en tono afectivo. Vista la aptitud de la manada, el niño reanudó su camino acompañado de todos los animales al igual que un cortejo llegó a su casa quedando pocas horas para el amanecer. Entrando en ella obsequió a la perrita con un trozo de pan y con una caricia por la manifestación de cariño que había tenido hacia él en su calidad de jefa de la manada.
Agotado por la noche sufrida, se quedó profundamente dormido junto a su inseparable perro.
A la mañana siguiente su mamá le llamó con premura.- Vamos, vamos que hoy te voy a llevar a la escuela del pueblo.- Asustado junto a su madre, llegó a la puerta de la escuela y mientras ella hablaba con el maestro para presentarle, salió a escape como animal salvaje. Todavía su madre se pregunta cómo es posible que llegara a casa desde el pueblo, si nunca había estado en él. No sabia que ese niño lo recorría todas las noches.
El Maestro al día siguiente, mandó a un niño mayor para que lo acompañara hasta la escuela y al llegar le recibió y poniéndole la mano sobre la cabeza le dio un caramelo. Siempre recordará ese Maestro cariñoso que le enseño las primeras letras a e i o u.- “Nunca lo olvidará ”
Andrés Bolaños Jiménez






























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