Anoche soñé con mi padre
Los sueños resultan a veces tan reales que parece que uno los vive de verdad.
El que tuve anoche con mi padre me llenó la noche de recuerdos y lo vi como lo veía cuando era niño.
Era un tío estupendo aunque fue educado en el espíritu de la post-guerra y la cultura de la dictadura. Hizo el servicio militar en el cuerpo de Ingenieros, aquí en la isla, junto con los compañeros de su quinta. Una vez terminó, se casó con mi querida y adorable madre, y después nací yo.
Nací en el tiempo de los “Mataperros”, en el que los niños se las ingeniaban para divertirse con cualquier cosa que no estuviera inventada, y los más chicos, como yo, anhelábamos llegar a los 15 para convertirnos en líder del grupo.
En el pueblo del Carrizal, donde crecí, ya existían las bandas callejeras (nada que ver con las de ahora). En aquel entonces las bandas se formaban por zonas de tu vecindad y podías cambiar de una a otra según lo creyeras conveniente (nada de fidelidad ni historias de esas).
En la guerra contra otras bandas (llámese la banda de la plaza liderada por mi amigo Luis, o la banda del Toril, o bien la del barrio de La Banda) que eran las guerrillas, volaban piedras lanzadas con tiraderas de goma, palos, flechas y puñetazos.
Acabada la pelea, según llegabas a tu casa y dependiendo de las heridas de guerra, o bien te llevabas una paliza, o tu padre se enorgullecía de ti si ganaste la batalla junto con los tuyos, echando más leña al fuego para la guerrilla siguiente.
Cuando no nos peleábamos entre nosotros, nos reuníamos en la plaza a observar a nuestras futuras novias, haciéndonos el gallito, fanfarroneando, alardeando de nuestra fuerza, echando pulsos incluso en los bancos de piedra.
Otras veces nos poníamos a jugar al churro, media manga o manga entera, al fincho, al teje, al fútbol, a la billarda, o a hacer coches con verguillas, carro-coches con madera y cuatro cojinetes usados, para lanzarnos cuesta abajo a 100 Km por hora y estamparnos en la curva de la esquina, junto a la oficina de Correos.
Otras veces recolectábamos cochinilla para vendérsela a doña Concha, o nos íbamos a robar higos y brevas en fincas ajenas, o a bañarnos en estanques prohibidos.
Vuelvo a retomar el título del relato para que vean cómo se las gastaban los padres en mi juventud.
Una tarde subía un camión cargado de cal viva por la calle Sor Josefa Morales, al lado de mi casa, y a mi primo Tino y a mí se nos ocurrió la brillante idea de colgarnos de la parte trasera del maldito camión que iba cuesta arriba.
Todo iba bien hasta que alguien tocó la pita de un coche que venía detrás, mi padre en su flamante Montesa.
-Vete pa casa de inmediato –me dijo.
A la media hora, cuando volvió, me pegó una “cueriá” con el cinto, que no era precisamente de Emilio Tucci sino de cuero de vaca curtido.
Nunca más volví a colgarme de un camión.
No fui yo el único que tuvo este tipo de vivencias. Le ocurrió a todos los chicos de mi generación.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y aún hoy, a mis 65 años, me sigo acordando de diversas historias, buenas o malas, protagonizadas por mi padre. Y por mí, claro.
Una de ellas tuvo lugar un día que me llevaba a la escuela en su flamante moto, cuando vivíamos en la zona agrícola de la Laguna, en el municipio de Agüimes.
A medio camino del trayecto, cogió un bache y me caí de la moto. Él ni se enteró y llegó a la escuela sin su primogénito. El muy jodío me dejó tirado en una cuneta de tierra.
Cuando volvió por mí, ni siquiera me pidió disculpas, no estaba educado para eso. Simplemente me dijo “venga, mi hijo, súbete”, y me amarró a la cesta del portabultos para llevarme a la escuela.
Tengo muchas más anécdotas de mi padre revueltas en mis recuerdos. Me gustaría volver a soñar con él, aunque sea para recordar lo duro que era ser niño y padre en aquellos tiempos.
Luciano Rodríguez López































Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.32