Parodiar la vida

La mitología me parece una fuente inagotable de fantasía. Una fantasía en la que también tiene cabida la realidad que nos rodea, que es lo que sucede en la mayoría de los mitos, griegos, romanos, vikingos, africanos, hindúes … , en los que se mezclan las vidas de los dioses con las de los seres humanos.

Es lo que sucede en una leyenda del África negra:

Olofin, divinidad de la religión yoruba, creó un día la vida pero no creó la muerte. Los seres humanos no morían, y la Tierra se llenó de viejos. Entre ellos, los más poderosos se repartían el mundo. Su avanzada edad no les había enseñado a respetar y querer a la humanidad sino que, al contrario, les importaba un rábano la vida de los demás.

Y odiaban a los jóvenes.

Hartos de tanta represión y de llevar una existencia sin esperanza, la población joven se rebeló e invocó a otra deidad, Olokún, pidiendo ayuda.

Sus súplicas fueron escuchadas y, a partir de ese momento, empezó a llover de manera torrencial en todo el planeta. La lluvia se mantuvo durante un mes y, cuando escampó, la Tierra entera era como un inmenso río.

Las montañas, las torres más elevadas y los árboles más altos asomaban por encima del nivel del agua, y sólo los jóvenes y los niños tuvieron la energía suficiente para trepar hasta arriba. Desde allí, con fervor, dieron las gracias a Olokún por haber acabado con la inmortalidad.

Y yo, desde aquí, doy gracias al cielo por seguir vivo. Me siento apegado a la vida, como una lapa a los riscos, y no me importaría saberme inmortal un tiempo, siendo siempre joven, por supuesto.

¡Iluso! Sería otro mito si se contara una historia con esa trama.

De todas maneras, ya puestos a pedir, o a soñar despierto, ojalá la muerte se mantenga alejada y me permita llegar a ser un viejo viejísimo, que, a pesar de sus achaques, se valga siempre por sí solo, conserve un gran sentido del humor y sea capaz de parodiar su vida hasta el punto de reírse de sí mismo.

Quico Espino