A la vejez, ciruelas

Lo gritó repetidas veces, confundiendo viruela con ciruelas, un hombre muy mayor, que padecía demencia senil. No era tan viejo como la señora de ciento siete años, andina ella, aún coqueta, que ilustra este relato, y estaba en la cama vecina a la de uno de mis hermanos, que llevaba un tiempo ingresado, al que fui a visitar al hospital Negrín.

Mi hermano y yo, él tendido en la cama y yo sentado, ajenos por un rato a la grima que se respira en el ambiente hospitalario, sombrío y deprimente, nos reíamos en ese momento, entretenidos en un juego que llamamos “Refrán por delante y por detrás”, el cual habíamos aprendido, hace un tiempo, con unos amigos con los que paseábamos por la playa.

Pondré tres ejemplos de dicho juego:
Quien calla por delante, otorga por detrás.
Dime de qué presumes por delante y te diré de qué careces por detrás.
De bien nacidos por delante es ser agradecidos por detrás.

Llevábamos casi media hora jugando, rebuscando refranes, cuando oímos gritar al hombre que se encontraba en la otra cama. Mi hermano, sobre la marcha, me dijo en voz baja: “A la vejez por delante, ciruelas por detrás”.

-Que no, papá; que se dice “A la vejez, viruela” –corrigió a su padre una señora, setentona ella, que le hacía compañía.
Luego nos miró y nos dijo: “Es que mi padre padece de clemencia senil”.

Tuvimos que aguantarnos la risa mi hermano y yo, para no ser irrespetuosos, pero nos quedamos colorados del esfuerzo. Luego seguimos con nuestro juego hasta que llegaron dos ayudantes de enfermería y nos hicieron salir, a mí y a la otra acompañante, pues iban a asear a los enfermos.

En el pasillo mantuve una conversación con aquella señora, cuyo lenguaje era bastante particular, y, en un silencio, pensé que me gustaba más el refrán de la manera que lo había usado el señor que padecía demencia senil, porque, sin duda alguna, prefiero las ciruelas a la viruela.