Recuerdo cuando era pequeño las caricias de mi madre cuando estaba enfermo, y el confort que eso me producía. Mi madre ignoraba, seguramente, que detrás de esas caricias ella estaba consiguiendo estimular, además, mi sistema inmunitario y con ello conseguir una mejoría de mi enfermedad.
En los últimos años, varios estudios científicos han evidenciado los beneficios de las interacciones a través del tacto en la salud física y mental. Las investigaciones sugieren que el tacto es verdaderamente fundamental para la comunicación, la vinculación y la salud humanas.
Y es que las manos nos ayudan a comunicarnos y a expresarnos. Muchas veces las palabras no bastan para transmitir todo lo que querríamos decir. A veces incluso, las palabras parecen sobrar y estorbar en la comunicación. En esos momentos siempre podemos confiar en las caricias.
Por ejemplo, coger en brazos a los bebés y el contacto directo con su piel es imprescindible para su desarrollo emocional. Los gestos de cariño provocan sentimientos compartidos y propician confianza.
Una investigación de Tiffany Field, fundadora del Instituto del Tacto de la Universidad de Miami y una de las mayores investigadoras en este campo, encontró que los recién nacidos prematuros que recibieron solo tres sesiones de 15 minutos de terapia táctil cada día durante 5-10 días ganaron un 47 por ciento más de peso que los bebés prematuros. Esta investigación arroja luz sobre por qué, históricamente, un porcentaje altos de bebés en orfanatos donde los cuidadores los privan de contacto no lograron crecer a su altura o peso esperado, y mostraron problemas de comportamiento.
Otra investigación, de Darlene Francis y Michael Meaney, descubrieron, que las ratas cuyas madres las lamían y acicalaban mucho cuando eran bebés, crecen más tranquilas y más resistentes al estrés, con un sistema inmunológico más fuerte.
Si crecemos en ausencia de contactos afectuosos, nuestros cerebros tenderán a tolerar poco el estrés, la ansiedad y el dolor.
Cada vez más, los padres tocan menos a sus hijos por falta de tiempo o por otros motivos. Pero no recibir caricias de pequeños, puede hacer que, de adultos, sea más difícil dar y recibir cariño. Cuesta más expresar cualquier emoción, sobre todo si la queremos expresar de manera física.
La piel tiene alrededor de 2 metros cuadrados de extensión y pesa unos 5 kilos. La yema del dedo de un adulto tiene unos 100 receptores táctiles y en dos metros cuadrados de piel se acumulan cinco millones de estas terminaciones nerviosas, que sirven para interactuar con el entorno.
El cerebro es quién procesa la información recibida por estos receptores, siendo los labios, la lengua, las manos y los pies los que ocupan mayor espacio en esta área cerebral por ser las zonas corporales más sensibles (con más receptores) que otras partes del cuerpo.
Homúnculo sensorial y su localización en la corteza cerebral: Esta área es la responsable de la sensibilidad táctil, la sensación de presión, dolor y propiocepción (sensaciones de órganos internos, estado corporal, postura). Los órganos con mayor representación son los labios y extremidades, ya que son las áreas más sensibles, y mandan más señales al cerebro.
Cuando nos dan una caricia, se activan un tipo de fibra nerviosa, las fibras tipo C táctiles, que responden a la estimulación suave en la piel mandando información a varias zonas del cerebro, principalmente a la corteza de la ínsula (que es una de las partes relevantes del cerebro social), pero también a la corteza somatosensorial secundaria, donde integramos toda la información que nos llega (no sólo la táctil, también la visual, la olfativa….) y a otras zonas de la corteza cerebral, como la orbitofrontal o la cingulada anterior, donde procesamos nuestras emociones y con las que tomamos decisiones.
Al producirse este contacto físico, en nuestro cerebro se generan una serie de neurotransmisores que juegan un papel fundamental en nuestro bienestar como son la oxitocina -también conocida como hormona del amor-, la dopamina y la serotonina.
De entre las emociones que se transmiten con el contacto entre dos personas hay una que destaca sobre las demás, me refiero a la compasión.
En una situación de dolor, miedo o incertidumbre, el simple hecho de recibir un abrazo, una caricia o una palmada en la espalda genera una sensación de bienestar.
Las caricias, en la ternura, nos conmueve y emociona. En el dolor y durante el duelo, el mimo y el abrazo del ser amado hacen soportable la pérdida porque apuntalan el alma herida. Los gestos de cariño, como las caricias, provocan la expresión de sentimientos compartidos. Además, propician la confianza, ya que demuestran también entrega.
El contacto humano tiene un claro efecto tranquilizador, es un sencillo bálsamo donde nos sentimos integrados y reafirmados. Sin ningún tipo de contacto, es posible caer en la tristeza, pero también otros síntomas como dolores de estómago, de cabeza, de espaldas, náuseas, irritabilidad, nerviosismo, insomnio, e incluso podrían llevar a ansiedad y/o depresión.
Quizá hoy, buena parte de los problemas de salud psicológica y física que estamos viviendo en una sociedad que, con tanto teléfono móvil, Internet, televisión… está cada vez más estresada, deberíamos reclamar un mayor encuentro íntimo con los otros. Porque frente a la comunicación a distancia y a la sobresaturación de estímulos disponemos de caricias, tacto, contacto y ternura.
Leí hace tiempo en un artículo, y ¿si en lugar de atiborrarnos diariamente de banalidades, historias ajenas o pasatiempos de escaso valor emocional e intelectual, nos sumergiéramos en los matices de las caricias?





































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