El Creador, decepcionado de la conducta humana, después de miles de años quiso salir de una vez por todas de la incertidumbre que lo torturaba. La orden que le había sido dada era crear más humanos que ratas. Al momento de concluir su misión perdió el control de lo creado, entonces, en un arrebato envió a las ratas a la oscuridad…
Una noche cayó del cielo una lluvia de migas de pan. Los roedores salieron de su escondite. El creador pudo ver cómo se asomaban a la orilla de los ríos, salían de los sótanos, basureros, bodegas, alcantarillas, armarios, debajo de los coches y camas…
Para el Creador, contar a los humanos fue tarea fácil, solo debía de fijarse en las cárceles. Al finalizar el conteo, hizo lo que creyó justo. Entregó a los roedores su territorio profanado y los humanos fueron dirigidos con latigazos a las alcantarillas.
Los roedores sufrieron fotofobia.
Los humanos no cesaban de gritar «¡socorro, socorro!», desde las profundidades de la oscuridad.
—Ahora puedo morir en paz —dijo el Creador—, luego eructó y abrió una botella de vino tinto.
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