No lo llame tongo cuando sea prevaricación
“El relato asignado por el jurado como ganador del certamen no cumple con los requisitos de la convocatoria”
Así rezaba el comentario.
Automáticamente me remití a la página web, copié y pegué el texto galardonado en una hoja de Word. Time New Roman, tamaño 12, espaciado doble. Efectivamente el texto superaba en una página la extensión máxima de la convocatoria.
A los pocos minutos la organización publicó un comentario en respuesta al usuario denunciante,
“Si lo estima oportuno puede remitirnos una queja formal mediante un correo electrónico, estaremos encantados en atender y resolver su apelación”
Al leer la respuesta deduje que la resolución final del certamen se pospondría unos días, así qué, me armé de paciencia. Estaba ansioso por conocer el resultado final, el certamen constaba de dos votaciones, una popular y otra de un jurado especializado. Para mi fortuna el jurado especializado había dictado veredicto el día anterior y mi relato fue galardonado con el tercer puesto según los expertos del jurado. Por otro lado, según la votación popular, mi texto se debatía entre el tercer y el cuarto puesto.
Según la organización, el veredicto final se determinaba sumando el veredicto popular y el del jurado especializado, eso significaba que tenía opciones reales de estrenar mi palmarés literario.
Al día siguiente concluyó la votación popular. Sinceramente, yo estaba algo decepcionado, finalmente mi relato terminó en cuarta posición para los lectores. Como siempre he creído en la justicia, acepté de buen grado el criterio del santo público.
Dos días más tarde, finalmente, el jurado publicó el veredicto final. Sin explicación alguna el jurado dictaminó como ganador del concurso el relato transgresor de la norma. Por otro lado, el tercer clasificado no tenía ni un solo voto en la valoración popular. Aquello no cuadraba.
Se sucedieron los comentarios de queja y protesta. Muchos clamaron por una revisión del veredicto, otros por su anulación. Sin embargo, lejos de reconocer públicamente su error, la organización optó por eliminar la publicación y todos los comentarios de denuncia. Posteriormente hizo una nueva publicación. Obviamente, se desencadenó una cascada de críticas aún mayor que la anterior.
Yo siempre había escuchado rumores sobre los amaños de los certámenes literarios, pero aquello iba más allá. Entiéndame, cuando los responsables del certamen son entidades públicas y funcionariado y, además, tienen constancia por anticipado del incumplimiento de las normas, en ese momento el tongo pasa a llamarse prevaricación.






























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