Luces y escaparates (fotos)
“Estas Navidades se recordarán, sin dudarlo, como “las de la pandemia”. El inesperado acontecimiento de “la nueva peste del siglo XXI” nos replanteó la existencia, las costumbres, los deseos, las ilusiones todas, las relaciones y todo aquello que gira a nuestro alrededor: familiares, amigos, conocidos; encuentros y saludos. Incluso la distancia adoptó “nuevas medidas”. Sin embargo, los días navideños pretendieron continuar con su filosofía de siempre: las luces de variados colores regresaron uniendo fachadas con el deseo, quizás, de sacarnos de la sobrevenida melancolía y obligarnos a dar un paseo, con mascarilla incluida. Hasta que el virus mutó en variantes nuevas. Otra vez el desasosiego, el desaliento, el empezar casi de cero nuevamente. Y las falsas noticias volvieron a recorrer los caminos digitales en busca de un culpable, de un responsable de todo. La lucha entre salud y economía adquirió tintes grotescos, peligrosos y violentos; acaso antes estuvieran agazapados.
Y en los días víricos, los incansables escaparates empeñados estaban en atrapar a los fieles clientes que desaparecían de las calles, donde la costumbre física de comprar y regalar se resistía. Y, con ella, la posibilidad de ojear las vitrinas de los pequeños comercios locales, que a duras penas mantenían las puertas abiertas. La pandemia había movido de sitio no solo la cotidianidad primera sino el hecho mismo de pasear, contemplar, detenerse y charlar.
Tiempos de agobio, instantes descorazonadores y momentos vacíos: la música ha salido en busca de otros pentagramas más propicios.
¡Quién nos lo iba a decir! ¡Regresaron las mascarillas de nuestra infancia en la que con pañuelos de domingo anudados nos convertíamos en los malos de la película y asaltábamos bancos del viejo oeste! Porque hace ya mucho tiempo, cuando Arucas disfrutaba de tres cines en el centro de la ciudad, ocasiones había en que en los tres proyectaban películas del “far-west”. “Y recorrer las calles principales casi era una odisea”, decíamos entonces los chiquillos que fuimos al descubrir el significado de “odisea”. Del mismo modo que aprendíamos nuevos términos, el hoy Parque de La Paz se convertía en nuestro particular plató de cine, emulando los secos y duros paisajes del sempiterno Cañón del Colorado, por donde vagaban los buenos y los malos. Y, ahora, con la mirada estrecha y el semblante oculto, no solo hemos de descubrir las palabras no pronunciadas, sino que además nos hemos visto en la necesidad de interpretar las nuevas expresiones que se proyectan desde los ojos. Y adivinar la sonrisa escondida en el impertinente “cubrebocas”. Así que nada es igual, todo ha cambiado. Y no precisamente para mejor.
La pandemia, además, ha traído consigo malas caras, nervios a flor de piel y ha disminuido notablemente la capacidad de aguante: los aspavientos extremos se han instalado con más fuerza en el andar cotidiano. Y eso, además de peligroso, provocará el continuo enfrentamiento y “el saltar por cualquier cosa”, como los desaparecidos “saltapericos”. Y así no se puede llevar una vida medianamente normal.
Y, mientras tanto, la ciudad, intentando mantener el tipo, se nos abre y ofrece en toda su amplitud: luces, escaparates, belenes, sonidos navideños, mesas que se precipitan en las terrazas, colores… con el deseo de que, al menos por un momento, nos olvidemos de la situación pandémica que padecemos. Y sufrimos.
Esperemos que dentro de un año todo vuelva a ser “casi” normal.
Y que este sueño convertido en vendaval se precipite en el primer acantilado.
Más fotografías en este enlace
































Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.32