La niña y el pescador de piedra
Me sigue sorprendiendo la capacidad que tienen los niños para entrar en el mundo de la fantasía de manera tan natural. Y siempre que me veo envuelto en alguna de sus historias, evoco al protagonista de El Principito, a Alicia en el país de las maravillas, o a Momo, entre otras novelas “infantiles” que han sido esenciales para mí.
Hace poco más de un año, sentado en una terraza de la avenida de Las Canteras, presencié cómo una niña de cuatro o cinco años, que aparece de espaldas en la foto, se acercó a la estatua del pescador, que está de rodillas limpiando una de las piezas que había cogido.
Después de observarlo unos instantes, se sentó a su lado y, sin más, lo ametralló a preguntas.
-¿Cómo te llamas? ¿Dónde vives? ¿Te gusta el mar?
Escuchando con atención, comprobé que no sólo lo interrogaba sino que también repetía las respuestas que, supuestamente, el pescador le daba:
-¡Ah! Te llamas Ramón. Como mi padre. A él también le gusta pescar. ¡Y vives en un barco!, ¡qué maravilla! Me encantaría vivir en un barco porque a mí, igual que a ti, me gusta mucho el mar. Y mi nombre es Lucía. Mi padre me lo puso porque dice que es la reina de la luz.
Cada vez más interesado, y seducido por la escena que contemplaba, que duró un rato, hubo un momento en el que, como por ensalmo, me pareció escuchar la voz del pescador, un sonido de roca y bronce que emitía su garganta, y, durante unos segundos, tuve la maravillosa sensación de que también yo me hallaba inmerso en el mundo de fantasía al que los niños acceden con tanta facilidad.
Texto y foto: Quico Espino
































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