Lo necesario
La pandemia nos cogió crispados. En este fuego cruzado en el que se ha convertido la opinión pública, parece no haber sitio para la razón, para el pensamiento crítico. La racionalidad y la moderación han sido desplazadas del debate público por los sentimientos y las emociones. Por el odio, la indignación, la descalificación y el juicio sin argumentos que reduce la realidad, siempre compleja y diversa, a un cómodo y maniqueo blanco o negro; ellos o nosotros; lo bueno o lo malo.
La verdad ha sido erosionada por el éxito de los embustes y los bulos. Y esto ocurre en gran medida gracias a unas redes sociales que parecen diseñadas para plasmar la emocionalidad más descarnada. El debate superficial ha arrinconado al diálogo. Las redes han derivado en una enorme burbuja de opinología, un espacio masivo de descalificación y odio donde, gracias a la coartada de la libertad de expresión, todo el mundo es experto en algo. O en todo. Este exhibicionismo, profundamente vanidoso y narcisista, de la indignación, dotado de una moral superficial, inoportuna y falsa, incrementa la intolerancia hacia las ideas ajenas, lo que además acaba provocando que se expulse a mucha gente del debate público, dejando la conversación en manos de los más agresivos o grandilocuentes.
La pandemia nos cogió alterados y también polarizados. Cualquier asunto escandaloso pasa a ser totalmente justificable si es "de los nuestros". Cualquier asunto justificable pasa a ser totalmente escandaloso si es de "los otros''. Eso es la polarización, un puro y simple rechazo emocional y sectario, normalmente carente de argumentos sólidos y racionalmente fundamentados, donde lo importante es siempre atacar y descalificar.
El problema es que nos hemos radicalizado. Nos hemos vuelto menos empáticos, menos capaces de comprender puntos de vista opuestos y, en consecuencia, más propensos a rechazar las objeciones a nuestras opiniones. Somos incapaces de exponernos, a través de unos pocos clics de ratón, a opiniones más diversas, diferentes, simplemente porque solo tenemos en cuenta aquellas opiniones que confirman la nuestra, aquellas noticias que reafirman nuestras opiniones. El famoso sesgo de confirmación. Por eso nos volvemos más radicales, porque las raíces de nuestras convicciones nos impiden movernos en la geografía de las ideas y descubrir nuevas perspectivas de una misma realidad.
La solución frente a tan perversa mecánica me parece muy sencilla: hay que leer o escuchar a quienes no piensan como nosotros, a quienes no coinciden con nuestros puntos de vista. Porque es la opinión diferente la que pone a prueba la solidez de nuestros argumentos, la que pone de relieve la debilidad y el error de nuestras creencias. Personalmente, no encuentro otra forma de confirmar y de enmendar nuestras ideas. O de tener el valor de abandonarlas si finalmente las reconociéramos como equivocadas.
Lo necesario es promocionar el espíritu abierto y sensible; ser capaces de despojarnos de nuestros prejuicios ideológicos para que la realidad, siempre rica e impredecible, no deje nunca de sorprendernos. Lo necesario, en definitiva, es abonar y defender el respeto, la tolerancia. El pluralismo. El diálogo y el acuerdo. Y la soberanía individual frente al rebaño dócil, ignorante y fácilmente manipulable.
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