Ciclistas bucólicos y parranderos
Se alegra uno cuando se encuentra, de manera imprevista, en medio de un ambiente divertido del que te hacen partícipe, aunque a veces no conozcas a nadie. Creo que ese tipo de situaciones puede ser más atractiva que las que se programan, por el factor sorpresa que conllevan.
Hace unos días me dio por coger el coche y marcharme a dar una vuelta por las medianías de Gáldar, deseando que los campos hubieran reverdecido con las lluvias caídas. Y aunque sea un tópico decir que la tierra es muy agradecida por esas latitudes, pude comprobar que muchas zonas se habían cubierto con un manto verde.
Iba por Barranco Hondo cuando, inesperadamente, me tropecé con dos de mis amigos ciclistas, que habían aparcado sus bicis y estaban sacando fotos.
Me dijeron que les encantaban aquellos parajes; que pedalear por sus carreteras les daba la impresión, por momentos, de estar volando; que solían detenerse a menudo para contemplar las vistas, las montañas, las planicies, los barrancos, paisajes en los que se sentían integrados, el cielo, el mar, el horizonte, y que, a veces, tenían una sensación de irrealidad al escuchar el silencio roto por los cencerros de las ovejas.
-¡Qué bucólico! –dije, sonriente, y luego les propuse vernos más tarde en el bar del Lomo del Palo, para tomarnos un vinito y un enyesque, o lo que ellos quisieran.
-Vale. Nosotros vamos a dar un poco más de rueda y ya nos vemos al medio día en el bar de Fermín.
-Perfecto –añadí, y con la misma continuamos nuestro rumbos.
Yo seguí regocijándome con el verdor de los campos de las medianías, cuyo cielo cambiaba del blanco nube …
… al azul pastel, de un barrio para otro.
Sonaban voces femeninas, guitarras, timples y bandurrias en la terraza del bar de Fermín.
-Buena parranda –dije, después de saludar a toda la clientela, dirigiéndome a las cinco mujeres que componían el conjunto musical. Cantaban como los ángeles y se acompañaban muy bien con los instrumentos. Me saludaron amistosamente y brindaron conmigo cuando pedí, junto a una tapa de garbanzas con carne de cochino, una copa de vino tinto.
Entonces se pusieron a cantar puntos cubanos y, justo cuando mis amigos entraban en la terraza, se echaron la siguiente copla:
Estos hombres de hoy en día
son como las bicicletas.
Si se pinchan una rueda
no valen una peseta.
-Mira tú, qué recibimiento –dijo uno de los ciclistas, picándose, y, después de despojarse del casco y pedir dos naranjadas, contra atacó:
A la mujer la comparo
con la goma de mascar.
Masco una, masco otra
y no las puedo tragar.
-¡Esto está bueno! –gritó una de las parranderas, dotando de un contenido distinto a la copla que cantó a continuación:
Mejor decirnos cumplidos
que picarnos mutuamente,
para que hombres y mujeres
en sintonía estén siempre.
-¡Oooleee! –dijo el otro ciclista –. Pues ahí va un piropo:
Las mujeres de mi tierra
no necesitan espejos,
pues de tan guapas que son
se reflejan en el cielo.
-¡Ohhh! –exclamaron ellas, acompañándose de aplausos.
A partir de ese momento, durante casi una hora, el ambiente devino de lo más festivo y todo el mundo se desgañitó cantando isas, saltonas y seguidillas y Somos costeros y hasta el mismísimo Roque Nublo.
Y como la cosa no está para abrazos ni toqueteos, nos despedimos con besos volados y frases cariñosas, llevándonos las manos al corazón.
De regreso a casa me parecieron más bonitos los paisajes …
… y hasta tuve la suerte de ver un arco iris:
No se me borraba la sonrisa de la cara y, entre otras cosas, pensé que mis dos amigos ciclistas me habían sorprendido gratamente, pues me mostraron que tenían un lado bucólico y otro parrandero.






































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