Tengo para mí que las calles de mi ciudad son libros que explican no solo la Historia local sino también el mundo de la perspectiva: la que ofrece las miradas recurrentes.
Si prestan atención a la imagen, la calle que sube, o baja, según se mire, se alinea perfectamente con la otra que se pierde al fondo. Ambas hablan de momentos vividos y de instantes que un día fueron alegres. Ahora, en el silencio mañanero del día que despunta, todavía languidece en el sueño de la noche. Ni la una ni la otra se han despertado del todo. Al mantener su punto de vista, cada una sirve de contrapeso. El equilibrio de la mirada es casi perfecto: nuestros antepasados se sirvieron del terraplén y, al convertirlo en calle, unieron los sentimientos en un deseo de futuro, que es nuestro presente.
Sí, sí, la perspectiva tiene su razón de ser. Y su modo de hablar.
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