Tenía el cielo delante y no me había dado cuenta.
Cierto es que no era un cielo azul, ni nubes tenía. Solo había que mirar de frente, acercarte a la estantería y, entonces, la imaginación, junto con los dedos al tocar suavemente los libros, como buscando, ansiaba un aeropuerto donde aterrizar. Mientras tanto, el vuelo daba vueltas y giros tan raros como la mirada vertiginosa. El Cielo de Papel era el amigo entrañable, el que ayuda en las noches negras y en los momentos amarillos siempre sorprende. Pone coto a la desesperanza y a la soledad.
El Cielo de Papel se ha convertido en un fiel aliado que me conduce, con las palabras recurrentes, hacia la libertad.
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