En ocasiones, las sombras proyectadas en el inicio de la mañana sirven de marco, como si de un cuadro se tratara, para encerrar la realidad que se adivina azul, donde la palmera y el drago caminan hermanadas en la explosión del día.
Luego, el blanco de la fachada acompaña a la claridad de la calle, que parece más profunda que otras veces. No hay nadie: ni transeúntes ni coches. Lo cual viene a incidir en la quietud clara de una mañana del mes de julio. Todavía la panza de burro no se ha hecho fuerte en el lugar. Por eso el día tan claro lo tuvimos que atrapar en unas cuantas imágenes. Y ahora, en el momento de hilvanar estas palabras, las nubes lo invaden todo: el sol hace días que ha desaparecido e incluso una pequeña llovizna nos visita para recordarnos que así es el verano norteño.
De momento, el cambio climático, al menos en este aspecto, no se ha producido. Y eso es buena señal. Solo falta que el tiempo, en su doble acepción, no nos pegue unos cuantos sustos que nos hagan recluirnos en el aire acondicionado.




























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